Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Uno pensaba, ingenuamente por lo visto, que la llamada “guerra económica” era una estratagema publicitaria del oficialismo, muy rudimentaria e ineficaz, para tratar de ocultar su total responsabilidad en el desastre económico en que andamos, en el que seguramente “lo peor está por venir”.
Se trataba de demostrar nada menos que tres lustros de disparates económicos no habían existido y que la temible crisis era responsabilidad de “la ultra derecha”.
No tuvieron lugar ni el aplastamiento de la capacidad productiva del sector privado y la consecuente dependencia de las importaciones, ni las expropiaciones que terminaron en aparatosas quiebras, ni la minusvalía de Pdvsa, ni el manirrotismo más allá de nuestra fronteras en aras de un proyecto político sin destino, ni la deuda pública descomunal, ni una corrupción de dimensiones incalculables, ni una ineficiencia generalizada que el mismísimo Chávez terminó lamentando…en fin el haber desperdiciado una de las grandes oportunidades históricas que ha tenido el país para acercarse al desarrollo, con una renta petrolera más reluciente y constante que nunca.
Las colas de la escasez, los precios inflados golpeando a las mayorías, los dólares agotados para satisfacer la economía de puertos…la crisis, pues, es producto de la guerra de un enemigo sin escrúpulos. Aunque nunca está muy claro quién es esa ultraderecha que, políticamente, puede ir desde J.J. Rendón, Otto Reich, mayameros radicalizados o algunos desencantados de la votadera hasta extenderse a la MUD y a Henrique Capriles.
Y en el plano económico puede ir desde el bodeguero al que le encontraron unos cuantos rollos de más de papel tualé y que hay que denunciar en el 800-Saboteo hasta todo el sector privado, que ha sido aporreado, expropiado, humillado, puesto en fuga hasta decir basta en este régimen, exhausto y a punto de desaparecer y que, por cierto, es hoy más necesario que nunca para salir, si es que hay salida, de un dislate de tres lustros, Pero lo que hasta ahora parecía una guerra de palabras, de propaganda bastante histérica para unas elecciones en que el Gobierno sabe que tiene todas las de perder y para las cuales no logra poner orden ni en sus propias filas, de lo cual es un ejemplo flagrante la denuncia de ayer del Partido Comunista de que el PSUV lleva decenas de corruptos entre sus candidatos. Pero no, es más que eso, son hechos.
Tan tangibles como que Conatel no bien oyó que Maduro, atentando de la manera más brutal contra la libertad de expresión, consideró actos bélicos los señalamientos mediáticos sobre la escasez, se precipitó (la adulancia, como la información,,,debe ser oportuna) a acusar a Globovisión de haber violado el dictamen, cosa curiosa porque uno suponía suficientemente domesticado el canal otrora tan peleón. Y, por último, la expulsión de los tres diplomáticos gringos que esperamos que el Gobierno muestre pruebas contundentes, lo que no ha hecho, de las siniestras actividades que le atribuye, para que nacionales y extranjeros las conozcan y no quedemos como feroces especimenes tropicales en un mundo que casualmente parece bastante dialogante en estos días.
Pero lo cierto es que la tal guerra parece bastante amenazante y más vale andar avisado.
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