Por: Teodoro Petkoff/TalCual
A raíz del encuentro escenificado por gobierno y oposición en cadena nacional hace pocas semanas, se generó una expectativa en relación con la posibilidad de que el diálogo anunciado en esa oportunidad se hiciera realidad y produjera resultados que dejaran satisfecha a la opinión pública.
Se pensó que podría ser de interés para el nuevo presidente, cuyo talante, por cierto, es bastante diferente al de su antecesor, adelantar su mandato con la creación de un nuevo clima político en el país, a partir, precisamente, de lo que ambos, gobierno y oposición, anunciaron como buenos propósitos. La circunstancia de que el solio presidencial lo ocupara un personaje distinto a Chávez distinto en más de un aspecto generó una cierta esperanza de que el país pudiera salir de esta asfixiante atmósfera en que está sumido desde hace ya muchos años.
Han transcurrido tres meses y el ambiente está más cargado que antes, y subsiste el escepticismo en cuanto a las posibilidades de que el país entre en un franco proceso de recuperación de la normalidad democrática. Escepticismo creado, en alguna medida, por el propio Nicolás Maduro con la ambigüedad de su comportamiento. Un día amanece en tono conciliador y tranquilizante y al siguiente destapa el frasco de los insultos y los agravios a los sectores de oposición. Podría pensarse que el talante general exhibido por Maduro parecía ajustarse a la novedosa realidad de un país sin Chávez con todo lo que ello comporta, mas, de tres meses para acá, el novel presidente ha comenzado a mostrar una faceta que le creíamos inexistente: una actitud camorrera. Ojalá se trate de un mal momento. Porque si a alguien le conviene contribuir a que coja cuerpo y se desarrolle un ambiente de normalidad ciudadana y democrática es precisamente a Maduro. La crisis económica que se expresa en tres devaluaciones durante este año, una inflación que no para de crecer y unos anaqueles que no se terminan de llenar, son ingredientes que contribuyen a estimular el malestar entre los venezolanos. Es hora de que Maduro coja el toro por los cachos y traduzca en hechos concretos los propósitos del diálogo iniciado con la oposición.
Maduro tiene una excepcional oportunidad de pasar a la historia como el hombre que pudo suceder a Hugo Chávez sin que su victoria electoral de abril de 2013 reproduzca los peores aspectos del mandato de Chávez, aquellos de provocación permanente y descalificaciones a troche y moche de cuantos eran considerados por él como “enemigos”.
El país agradecería una taima. Es hora de que se le empiece a ver el queso a la tostada.
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