Este gobierno es reacio a llamar las cosas por su nombre y, a pesar del escaso vocabulario del que disponen -pobreza de lenguaje que comienza en la cúpula del poder y es evidenciada en cada intervención del señor Maduro- sus asesores se las ingenian para que éste y sus seguidores se ejerciten en la distorsión y el ocultamiento de la realidad valiéndose para ello de ambigüedades, perífrasis y otros vicios del habla inherentes al discurso demagógico y populista, sobre todo cuando se le tiene pavor a la verdad.
Por eso, la cabeza visible del régimen tilda de “económica” a la guerra psicológica que desató contra el empresariado y llama tomas a los arrebatones de la propiedad privada, ocupaciones a las invasiones o incentivo para el ahorro en el consumo (plan Banda Verde) al racionamiento de la energía eléctrica. Y estos son apenas unos pocos ejemplos de la grosera manipulación con la que se pretende engañar a la gente.
Esta manera de informar -o desinformar- que parece constituir el paradigma comunicacional de la revolución bolivariana, se ha manifestado en toda su cínica extensión a propósito de las expectativas creadas sobre un posible -y para muchos inevitable e inaplazable- aumento del combustible.
Ante este reto el gobierno se ha valido, como siempre lo hace cuando se trata de tomar decisiones que le atemorizan, de una cantinflérica retórica que, en resumidas cuentas, significa qué no sabe cómo digerir esa papa caliente.
“No hay ningún apuro”, afirma el jefe nominal y, agrega, “aquí no va a aumentarse nada, se trata solo de un ajuste”, y sin embargo de inmediato se contradice al declarar que es un tema que ha colocado en el tapete “para que sea debidamente debatido”.
Debate al respecto no ha habido. Rumores y conjeturas a diestra y siniestra, así como declaraciones del zar Ramírez desmentidas a medias con aclaratorias de Maduro y Cabello, que no ayudan a esclarecer nada sino que confunden todo y contribuyen a acentuar aún más la doble opacidad de esta administración, la referente a la falta de brillo del equipo ministerial y la que atañe a la poca o ninguna transparencia en los alegatos sobre el asunto.
Pero, para la opinión pública es evidente que el alza del precio de la gasolina es materia a la que no se le puede seguir sacando el cuerpo para demorar lo ineludible y no explicar con claridad que lo de “revolución fiscal” (¿reforma tributaria por decreto?) no es más que otro modo de denominar el paquete de medidas económicas que se avecina y que, sin saber a ciencia cierta en qué consiste y con qué se come, debemos suponer que implica sincerar precios y aplicar nuevos impuestos y gravámenes que habrán de limitar, aún más, el acceso del consumidor a quién sabe cuáles productos y servicios.
El disimulo, y el camuflaje de hechos que conciernen y afectan a los venezolanos son recursos habituales a los que apela el sucesor de Chávez pero sus gobernados no son tontos, ni a Maduro le adornan las gracias que distinguían al galáctico.
Cort. El Nacional
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