Por: Fernando Rodríguez/TalCual
H ay zonas de la economía venezolana de estos últimos quince años que han sido escenario de los mayores actos de corrupción que haya conocido nuestra historia. El magnífico trabajo de investigación de El Nacional sobre militares que manejaron Cadivi, muchas veces a su antojo y provecho, es solo una muestra de un fenómeno descomunal de apropiación indebida de la riqueza de los venezolanos, que se estima en decenas de miles de millones de dólares.
El libro sobre los vínculos entre el chavismo y los militares y el narcotráfico en que la expresidenta de la Conacuid, Mildred Camero, es entrevistada por el periodista Héctor Landaeta (Libros marcados, 2014) nos habla de un fenómeno igualmente sin antecedentes y cuyas dimensiones dan vértigo.
Pero no es asunto menor que eso estuviese tanto tiempo allí sin que nosotros nos percatáramos del todo. Pareciera que estaban más allá de nuestras capacidades imaginativas como para resultar creíbles. O el poder hegemónico era tal en ese momento que realmente podía tapar el sol con un dedo. O los que resistían estaban muy afanados en el objetivo del cambio político que no miraban en esos abismos en que todo era posible, donde habitaban las más terribles criaturas.
O la inaudita complicidad de los poderes era tal que su silencio infame hacía de velo protector a tanto despojo.
Lo que intentamos decir ahora no es un optimismo bobo, es como pensar que al fin y al cabo la justicia tarda pero llega. El mundo es tan avariento y torcido que muchas veces pasa lo contrario. Lo que sí creemos es que en las sociedades actuales, y sus incansables revoluciones comunicacionales, casi todo termina por saberse. E Incluso que, sin pasar por esas nuevas formas de registrar y transmitir, para los gobiernos despóticos en un cierto momento de su decadencia y, sobre todo de su final, los mecanismos encubridores se deshacen igualmente y sale a la luz la podredumbre.
Quizás estamos empezando a abrir los ojos sobre ciertos fenómenos que mucho explican de nuestro desastre como nación, en especial en un período de sostenida bonanza como pocos hemos tenido históricamente y que milagrosamente ha terminado en un país que provoca esconder, lleno de todas las miserias del alma y del cuerpo.
Pero pareciese que ese proceso de descomposición se precipita y en las filas mismas del chavismo hay voces y acontecimientos reveladores. ¿No fueron dos altísimos funcionarios del régimen los que denunciaron las decenas de miles de millones de dólares pillados en Cadivi?, ¿es un azar que un general muy poderoso haya puesto en evidencia planetaria la indolencia cómplice de poderes que nunca se atrevieron siquiera a investigarlo?, ¿o no van a ser definitivas las voces, todavía asordinadas, de tantos militantes del partido de gobierno que dirigen su vista y su ira hacia la corrupción de muchos de sus dirigentes que los condenan hoy a un deterioro inclemente de sus niveles de vida? En un editorial anterior habíamos señalado cómo se había devaluado la capacidad de indagar por la corrupción, justo y paradójicamente cuando ésta alcanzaba sus mayores extremos. Probablemente ha llegado la hora de clamar por justicia, de hacerla una bandera preferencial de la acción opositora que tanto parece quejarse de no dar con sus objetivos. El último círculo del infierno está ahí, esperando ser nombrado.
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