La abolición del Sector Privado que impone este régimen castrocomunista, no sólo pasa por la expropiación y confiscación de propiedades y bienes, sino también por borrar de la mente de los ciudadanos la imagen de marcas y empresas privadas. La propaganda y la publicidad terminan siendo potestad de la dictadura.Como tantas cosas de este régimen, el proceso de desdibujar la imagen del sector privado empezó casi desapercibido. Primero, se prohibió la publicidad en los camiones y transporte colectivo, con la excusa de problemas en los pagos de impuestos municipales y aduciendo seguridad ciudadana, porque los mismos distraían a los conductores ocasionando accidentes.Luego, con esa misma excusa, y con el añadido de bajar el consumo de la electricidad, se mandaron a apagar las vallas de las autopistas, y los avisos luminosos de los edificios. Esto sin nombrar, el desmantelamiento de la legendaria Bola de Pepsi-Cola en el edificio Polar de Plaza Venezuela.Ahora, emprendieron una nueva avanzada, al aplicar una ordenanza municipal de la Alcaldía de Libertador, que obligó de manera intempestiva a los comercios del casco histórico de Caracas a retirar la publicidad de las fachadas que identificaban a los negocios.Esa misma ordenanza se comenzó a aplicar desde hace un par de semanas a los comercios del Boulevard de Sabana Grande, quienes están bajando los avisos de los comercios, algunos incluso sin que les haya llegado la orden por escrito, por temor a eventuales cierres o multas a los locales.Nada habría que objetar de esta ordenanza, si la misma estuviera orientada a mejorar la imagen de estos espacios históricos y turísticos de la capital. El problema es que ésta no parece ser la intención. Lo que se buscaría con ello es borrar la diferenciación natural que existe entre las empresas en una economía de mercado.En adelante, los comercios de estas zonas quedarán sin identificación, igualados en matices grises en sus fachadas, incluso con unas nuevas santamarías microperforadas de acero galvanizado, las cuales también están forzados los propietarios a instalar en los locales. Lo cual, de remate, no sólo acarrea altos costos no presupuestados a los comerciantes, sino los deja a merced del hampa, con santamarías endebles e inseguras.En resumen, poco a poco, pero de manera sostenida, la ciudad se va vistiendo con el gris que caracteriza a todo comunismo, donde la única marca que perdura es la efigie del dictador de turno.
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