La mayoría de las víctimas reciben más de cinco impactos de bala,
y son jóvenes entre 18 y 25 años (Fernando Sanchez)
No hay confianza en las autoridades y la sociedad se enfrenta a delitos fútilesDEIVIS RAMÍREZ MIRANDA | EL UNIVERSAL
"La vida en Venezuela no vale nada, o sí vale: un celular, unos zapatos e incluso un tropezón. A veces pienso en irme a otro país para cumplir mis sueños", relata con preocupación Manuel Alejandro Díaz, un joven recién graduado de bachiller que ha vivido en carne propia la violencia.
A él lo asaltaron en diciembre de 2009, cuando caminaba por el centro de la ciudad de Guarenas, y ahora el miedo se apoderó de su vida. Solo le quitaron el celular, pero asegura que también se llevaron sus ganas de seguir adelante y poder desenvolverse sin que esté pensando que lo van a atacar en cualquier momento.
Así como esta historia, son muchas las que se pudieran contar en un país donde la violencia aumenta, y en donde las autoridades gubernamentales no ofrecen soluciones concretas para aplacar la delincuencia, pese a los múltiples programas de seguridad que han dado a conocer, en especial durante los últimos tres años.
Las dimensiones de la inseguridad han cambiado. Se pasó de un estado "de marcas" a uno fútil e innoble. Así lo analiza el criminólogo Javier Gorriño, quien señala, además, que los niveles de violencia en el país han logrado ahuyentar a los jóvenes emprendedores y capacitados del país.
"Antes ocurrían homicidios por una marca; es decir, que si alguien llevaba los zapatos o la vestimenta de moda, se exponía a ser víctima directa de los delincuentes. Ahora existen nuevas dimensiones, porque hay una especie de carga de odio social, donde por cualquier situación, por mínima que sea, te pueden herir o matar", explicó el especialista.
Gorriño sustenta la tesis de Manuel Alejandro, pues considera que la muerte es tan repentina en la sociedad venezolana que ha sembrado pánico colectivo, y ha servido como una especie de "puente" para que los jóvenes se vayan del país en búsqueda de seguridad.
A quienes no han podido huir por no contar con los recursos económicos necesarios les ha tocado resignarse y seguir al lado de la violencia, soportándola. Esa situación la padece todavía Gladys Jaramillo.
A ella le asesinaron a su esposo, el sábado 19 de agosto de este año, por negarse a comprar una moto ilegal.
Gladys quedó sola, con su hijo de 14 años. Reside en el sector El Plancito, del barrio 5 de Julio, en Petare.
Aunque sueña con sacar a su hijo del barrio y darle una nueva visión de la vida, no lo ha podido lograr. Pero tampoco se desmaya en el intento.
Recordó cuando los dos jóvenes llegaron a su casa, ese día en horas de la tarde, con la intención de venderle una moto. Su esposo, John Richard Soto Galué, de 36 años, les pidió los documentos de la unidad, pero ellos no los tenían, así que él decidió no hacer el negocio.
Los jóvenes insistieron en concretar la venta, pero John Richard no lo aprobó. Ello generó que los hombres se fueran molestos de la vivienda, y regresaron a las 7:30 de la noche a matarlo. Le dieron múltiples disparos y huyeron.
Este tipo de situaciones, que se repiten con frecuencia en los sectores populares de Caracas, es la muestra directa de que "un arrebato de ira, en un momento determinado, lleva a cometer crímenes sin control", destaca Gorriño.
El experto dice, además, que si el victimario cuenta con un elemento estimulante como drogas o alcohol, su actitud es de "violencia clasista"; es decir, que el maleante se siente disminuido ante lo que pueda encontrar en su víctima, y por eso la asesina. "Es el odio por el odio lo que está en juego. El malandro dice que no tiene el carro que su víctima tiene, el reloj o, simplemente, el celular. Por eso es capaz de todo", destaca el criminólogo.
A su juicio, no se está atacando el delito como debe ser, lo hacen con simples operativos nada más. Considera que hace falta ir más allá, a la educación, al hogar, donde se siembren valores humanos que permitan rescatar a esa juventud emprendedora de Venezuela.
dramirez@eluniversal.com
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