Vista desde la perspectiva venezolana, tal vez la cosa más sorprendente es la absoluta mudez del gobierno de Chávez sobre los acontecimientos del mundo árabe. Aparte de una declaración de circunstancias de Maduro, nuestro gárrulo Presidente mantiene un silencio atronador sobre procesos, que cambiando lo cambiable, equivalen, por su alcance, a los que condujeron al derrumbe del imperio soviético. Alguna foca podría aducir que tanto Túnez como Egipto (a pesar del peso de este último en la geopolítica del Medio Oriente), son países con los cuales nuestro gobierno prácticamente no mantiene relaciones más allá de la fría cortesía de las diplomáticas.
Pero ahora que la rebelión democrática ha llegado a Libia, que Chávez se siga haciendo el loco ya alcanza los linderos de abandono del "hermanazo" en desgracia. Porque Chávez sí se anotó con Muammar Gadaffi.
Fue a Libia un montón de veces, allá lo condecoraron y a su vez él condecoró al sátrapa libio, a cuya "revolución verde" cantó loas hiperbólicas. Incluso, Gadaffi, que casi nunca sale de su país, cruzó el Atlántico para asistir a aquella cumbre africana que Chávez montó en Margarita. Cuando se fue, le dejó a su anfitrión el preciado regalo de su supercarpa de lujo y se llevó en la maleta el cordón de la Orden del Libertador en su primera clase y la inevitable réplica de la espada de Bolívar, que Chávez regala a cuanto dictador perpetuo se le pone a tiro.
En fin, si con Túnez y Egipto todo parecía prudencia diplomática, ya con los sofocos que vive el hermano Muammar la cosa llega a la traición de una amistad.
Pero, llanerazo al fin, dirá el sabanetero que a los amigos muertos, hasta la puerta del cementerio pero ni de vaina meterse en la tumba con ellos.
Sin embargo, es comprensible el silencio del proverbialmente hablachento Hugo Chávez. Aunque todavía la incertidumbre rodea el desenlace de aquellos procesos, hay una cosa que está fuera de toda duda. Fueron rebeliones populares, aparentemente espontáneas, fruto de décadas de represión, depauperación popular y una corrupción rampante y obscena, las que eyectaron del poder tanto al cleptómano dictador tunecino como al aparentemente inconmovible e igualmente cleptómano hombre fuerte egipcio. Qué va a salir del Medio Oriente y del Mahgreb norafricano no lo sabemos todavía ni quiénes podrían terminar aprovechando el coraje y la determinación de los pueblos árabes, pero es muy esperanzador saber que las consignas que los mueven son laicas, democráticas y sociales. Es la libertad, el rechazo al autocratismo y la dictadura, el reclamo por una vida mejor, el horror a los ladrones que han despellejado a esos países. Gaddaffi ya está condenado. Podría mantenerse un poco más sobre un océano de sangre, porque su naturaleza despiadada se ha expresado cabalmente en la ferocidad de la represión que ha desencadenado sobre su propio pueblo, pero ya está herido de muerte. Es cuestión de tiempo. Aunque se trata de situaciones políticas distintas a la de nuestro país, "por ahora" Chávez piensa que es mejor no nombrar la soga en la casa del ahorcado y hace lo que ya le conocemos cuando enfrenta situaciones sobre las cuales no sabe qué decir: cierra el pico.
Fue a Libia un montón de veces, allá lo condecoraron y a su vez él condecoró al sátrapa libio, a cuya "revolución verde" cantó loas hiperbólicas. Incluso, Gadaffi, que casi nunca sale de su país, cruzó el Atlántico para asistir a aquella cumbre africana que Chávez montó en Margarita. Cuando se fue, le dejó a su anfitrión el preciado regalo de su supercarpa de lujo y se llevó en la maleta el cordón de la Orden del Libertador en su primera clase y la inevitable réplica de la espada de Bolívar, que Chávez regala a cuanto dictador perpetuo se le pone a tiro.
En fin, si con Túnez y Egipto todo parecía prudencia diplomática, ya con los sofocos que vive el hermano Muammar la cosa llega a la traición de una amistad.
Pero, llanerazo al fin, dirá el sabanetero que a los amigos muertos, hasta la puerta del cementerio pero ni de vaina meterse en la tumba con ellos.
Sin embargo, es comprensible el silencio del proverbialmente hablachento Hugo Chávez. Aunque todavía la incertidumbre rodea el desenlace de aquellos procesos, hay una cosa que está fuera de toda duda. Fueron rebeliones populares, aparentemente espontáneas, fruto de décadas de represión, depauperación popular y una corrupción rampante y obscena, las que eyectaron del poder tanto al cleptómano dictador tunecino como al aparentemente inconmovible e igualmente cleptómano hombre fuerte egipcio. Qué va a salir del Medio Oriente y del Mahgreb norafricano no lo sabemos todavía ni quiénes podrían terminar aprovechando el coraje y la determinación de los pueblos árabes, pero es muy esperanzador saber que las consignas que los mueven son laicas, democráticas y sociales. Es la libertad, el rechazo al autocratismo y la dictadura, el reclamo por una vida mejor, el horror a los ladrones que han despellejado a esos países. Gaddaffi ya está condenado. Podría mantenerse un poco más sobre un océano de sangre, porque su naturaleza despiadada se ha expresado cabalmente en la ferocidad de la represión que ha desencadenado sobre su propio pueblo, pero ya está herido de muerte. Es cuestión de tiempo. Aunque se trata de situaciones políticas distintas a la de nuestro país, "por ahora" Chávez piensa que es mejor no nombrar la soga en la casa del ahorcado y hace lo que ya le conocemos cuando enfrenta situaciones sobre las cuales no sabe qué decir: cierra el pico.
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