Todo pareciera indicar que la curación del Presidente no se debe a la pericia revolucionaria de los médicos cubanos, sino por el lado del catolicismo, religión mayoritaria de los venezolanos, y con nombre y apellido, el egregio compatriota José Gregorio Hernández
FERNANDO RODRÍGUEZ/TalCualDigital
El gran Julio Cortázar escribió un cuento teológicamente muy agudo que aquí resumo. Un trabajador que hace su oficio en andamios y altas escaleras ve con horror caer del bolsillo de su camisa sus preciados lentes, varios metros hacia abajo. Los da por perdidos, pero hete aquí que al bajar los encuentra en perfecto estado. Concluye que se trata no sólo de un milagro evidente sino de una advertencia divina para que sea más cuidadoso con sus escasas pertenencias.
Al terminar la jornada se va a una óptica y solicita el estuche más resistente. Le dan uno excepcional, con cubierta de metal y un grueso acolchonado interior. Días después se repite la caída de los anteojos.
Esta vez muy confiado va en busca de éstos, orgulloso de su nueva actitud ante la vida, pero al abrir el estuche los encuentra hechos trizas. Anonadado, se pregunta al rato bueno y cuál será el milagro, ¿este o el otro? Traigo a colación este relato porque de milagros andamos. Todo pareciera indicar que la curación del Presidente no se debe a la pericia revolucionaria de los médicos cubanos.
Ni a la presencia paternal y sanadora de Fidel. Ni al gran cónclave de todos los cielos posibles, desde Jehová hasta los silbones de la sabana, que utilizaron mancomunadamente sus poderes para lograr la impostergable curación. No, la cosa viene por el lado del catolicismo, religión mayoritaria de los venezolanos, y con nombre y apellido, el egregio compatriota José Gregorio Hernández. Todo queda en familia, pues.
Es más, es posible que este sea el milagro que el venerable necesitaba para ascender a beato, lo cual hace celestial al Presidente por dos vertientes, la intervención del médico de los pobres en su favor y su empujón para moverlo en el escalafón celestial.
Además, el asunto tiene otras aristas interesantes. La jerarquía pitiyanqui y apátrida, el cura Porras por ejemplo, ha tratado muy mal al Siervo de Dios, negándole lo que con tanta celeridad le otorga a otros. Tal es el caso del opusdeista monseñor Escrivá de Balaguer, que era un reaccionario a todo dar.
Quien ha sido constante es el pueblo, que como se sabe es un clon de Chávez, que no ha dejado de venerar a su santo nacional.
El Correo del Orinoco, diario oficial, ha subrayado que entre sus innumerables virtudes el galeno era antiimperialista pues reprobó la intervención de la planta insolente del extranjero en tiempos del también venerado Cipriano Castro, alias El Cabito.
Lo que hace la cosa bien redonda. Y electoralmente qué más aval se quiere que cielos y milagros, santos del pueblo, militares antiimperialistas.
Pero hay que tener mucho cuidado con el principio cortazariano, no sea que el Primer Magistrado se ponga quebrantado otra vez o, cosa terrible, le den una paliza en las venideras elecciones. Uno nunca sabe qué nos deparará el futuro.
Recuerden que José Gregorio, que tantas hazañas milagreras hizo, murió atropellado por el único automóvil que había en Caracas, lo cual, si a ver vamos, tiene mucho de milagroso
FERNANDO RODRÍGUEZ/TalCualDigital
El gran Julio Cortázar escribió un cuento teológicamente muy agudo que aquí resumo. Un trabajador que hace su oficio en andamios y altas escaleras ve con horror caer del bolsillo de su camisa sus preciados lentes, varios metros hacia abajo. Los da por perdidos, pero hete aquí que al bajar los encuentra en perfecto estado. Concluye que se trata no sólo de un milagro evidente sino de una advertencia divina para que sea más cuidadoso con sus escasas pertenencias.
Al terminar la jornada se va a una óptica y solicita el estuche más resistente. Le dan uno excepcional, con cubierta de metal y un grueso acolchonado interior. Días después se repite la caída de los anteojos.
Esta vez muy confiado va en busca de éstos, orgulloso de su nueva actitud ante la vida, pero al abrir el estuche los encuentra hechos trizas. Anonadado, se pregunta al rato bueno y cuál será el milagro, ¿este o el otro? Traigo a colación este relato porque de milagros andamos. Todo pareciera indicar que la curación del Presidente no se debe a la pericia revolucionaria de los médicos cubanos.
Ni a la presencia paternal y sanadora de Fidel. Ni al gran cónclave de todos los cielos posibles, desde Jehová hasta los silbones de la sabana, que utilizaron mancomunadamente sus poderes para lograr la impostergable curación. No, la cosa viene por el lado del catolicismo, religión mayoritaria de los venezolanos, y con nombre y apellido, el egregio compatriota José Gregorio Hernández. Todo queda en familia, pues.
Es más, es posible que este sea el milagro que el venerable necesitaba para ascender a beato, lo cual hace celestial al Presidente por dos vertientes, la intervención del médico de los pobres en su favor y su empujón para moverlo en el escalafón celestial.
Además, el asunto tiene otras aristas interesantes. La jerarquía pitiyanqui y apátrida, el cura Porras por ejemplo, ha tratado muy mal al Siervo de Dios, negándole lo que con tanta celeridad le otorga a otros. Tal es el caso del opusdeista monseñor Escrivá de Balaguer, que era un reaccionario a todo dar.
Quien ha sido constante es el pueblo, que como se sabe es un clon de Chávez, que no ha dejado de venerar a su santo nacional.
El Correo del Orinoco, diario oficial, ha subrayado que entre sus innumerables virtudes el galeno era antiimperialista pues reprobó la intervención de la planta insolente del extranjero en tiempos del también venerado Cipriano Castro, alias El Cabito.
Lo que hace la cosa bien redonda. Y electoralmente qué más aval se quiere que cielos y milagros, santos del pueblo, militares antiimperialistas.
Pero hay que tener mucho cuidado con el principio cortazariano, no sea que el Primer Magistrado se ponga quebrantado otra vez o, cosa terrible, le den una paliza en las venideras elecciones. Uno nunca sabe qué nos deparará el futuro.
Recuerden que José Gregorio, que tantas hazañas milagreras hizo, murió atropellado por el único automóvil que había en Caracas, lo cual, si a ver vamos, tiene mucho de milagroso
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