Del estancamiento y hasta retroceso que ha experimentado el país en los años "bonitos" da muy buena cuenta el resultado obtenido por nuestros atletas en los Juegos Panamericanos de Guadalajara.
Más que las cifras atinentes a la producción industrial o agrícola, a la inflación y el desempleo, por mencionar algunos sectores emblemáticos, los números de Guadalajara son mucho más elocuentes. Porque ellos miden el fracaso social del proceso conducido por Chávez. De un gobierno como el actual se podía haber esperado, como justificación de todo su discurso, que en el plano de las relaciones sociales, en el de la creación de nuevos modelos de relacionamiento entre los venezolanos, dando especial preeminencia a todo lo que significara avance en la vida cotidiana de la gente, una muy especial preocupación que debía traducirse en mejorías sustanciales de los indicadores relativos a calidad de la educación, de la salud, del uso del tiempo libre y, muy en particular, de la calidad deportiva del país. Hablamos de cambios de calidad, no de cantidad; hablamos de nuevas concepciones y no de números.
Porque es en esos sectores donde se mide la calidad de los cambios propuestos y, sobre todo, si en verdad están teniendo lugar.
Pues bien, la propia espectacularidad de unos juegos deportivos continentales sirve como excelente barómetro para medir si en verdad han tenido lugar o no cambios significativos en las ideas que desde el gobierno se manejan sobre la creación de un nuevo marco social para el desarrollo de las actividades deportivas. Los hechos muestran que también en el deporte el gobierno de Hugo Chávez no ha ido más allá de la tradicional incuria con la cual ha sido manejada la actividad deportiva desde el Estado. Ojo: no abogamos por la estatización total de la actividad deportiva a la soviética o cubana sino a una relación del Estado con los deportistas que implique una valoración de su importancia y de la importancia del deporte concebido como un elemento fundamental del proceso educativo general, cuya promoción de masas es tarea precisamente del Estado. En otras palabras, no queremos un deporte que sea utilizado como propaganda para el régimen sino como demostración de un país cuya sociedad cambia para bien y hace del deporte de masas (ésta es una de las claves) uno de los pilares de un mundo mejor.
Lo de Guadalajara es penoso. Casi catorce años después hemos descendido en la calidad de nuestra actividad deportiva. Comparemos las tres últimas ediciones de estos juegos y el lugar que ocupamos, para ver claramente que vamos como el cangrejo. En la edición de 2003, en Santo Domingo, ocupamos el sexto lugar, con 16 medallas de oro y 64 en total; en la de Río de Janeiro, en 2007, bajamos al séptimo lugar, con 12 de oro y 70 en total, y ahora en México seguimos palo abajo hasta el octavo lugar, con 12 de oro y 72 en total. Más abajo del octavo no podríamos llegar porque desde allí comienzan los países pequeños, con escasa capacidad deportiva. Pero, entre los ocho grandes del continente, somos los últimos. Todo el mundo progresa, menos nosotros. Solíamos quedar por encima de Colombia; pues ahora, los vecinos nos duplicaron en medallas de oro, obteniendo 24 contra nuestras 12.
En esta materia la revolución bonita también está raspada.
Más que las cifras atinentes a la producción industrial o agrícola, a la inflación y el desempleo, por mencionar algunos sectores emblemáticos, los números de Guadalajara son mucho más elocuentes. Porque ellos miden el fracaso social del proceso conducido por Chávez. De un gobierno como el actual se podía haber esperado, como justificación de todo su discurso, que en el plano de las relaciones sociales, en el de la creación de nuevos modelos de relacionamiento entre los venezolanos, dando especial preeminencia a todo lo que significara avance en la vida cotidiana de la gente, una muy especial preocupación que debía traducirse en mejorías sustanciales de los indicadores relativos a calidad de la educación, de la salud, del uso del tiempo libre y, muy en particular, de la calidad deportiva del país. Hablamos de cambios de calidad, no de cantidad; hablamos de nuevas concepciones y no de números.
Porque es en esos sectores donde se mide la calidad de los cambios propuestos y, sobre todo, si en verdad están teniendo lugar.
Pues bien, la propia espectacularidad de unos juegos deportivos continentales sirve como excelente barómetro para medir si en verdad han tenido lugar o no cambios significativos en las ideas que desde el gobierno se manejan sobre la creación de un nuevo marco social para el desarrollo de las actividades deportivas. Los hechos muestran que también en el deporte el gobierno de Hugo Chávez no ha ido más allá de la tradicional incuria con la cual ha sido manejada la actividad deportiva desde el Estado. Ojo: no abogamos por la estatización total de la actividad deportiva a la soviética o cubana sino a una relación del Estado con los deportistas que implique una valoración de su importancia y de la importancia del deporte concebido como un elemento fundamental del proceso educativo general, cuya promoción de masas es tarea precisamente del Estado. En otras palabras, no queremos un deporte que sea utilizado como propaganda para el régimen sino como demostración de un país cuya sociedad cambia para bien y hace del deporte de masas (ésta es una de las claves) uno de los pilares de un mundo mejor.
Lo de Guadalajara es penoso. Casi catorce años después hemos descendido en la calidad de nuestra actividad deportiva. Comparemos las tres últimas ediciones de estos juegos y el lugar que ocupamos, para ver claramente que vamos como el cangrejo. En la edición de 2003, en Santo Domingo, ocupamos el sexto lugar, con 16 medallas de oro y 64 en total; en la de Río de Janeiro, en 2007, bajamos al séptimo lugar, con 12 de oro y 70 en total, y ahora en México seguimos palo abajo hasta el octavo lugar, con 12 de oro y 72 en total. Más abajo del octavo no podríamos llegar porque desde allí comienzan los países pequeños, con escasa capacidad deportiva. Pero, entre los ocho grandes del continente, somos los últimos. Todo el mundo progresa, menos nosotros. Solíamos quedar por encima de Colombia; pues ahora, los vecinos nos duplicaron en medallas de oro, obteniendo 24 contra nuestras 12.
En esta materia la revolución bonita también está raspada.
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