Con cifras incuestionables se demuestra otro fracaso más de este gobierno que no pega una: el turismo externo. Las cifras recientes internacionales nos colocan en el penúltimo lugar de América latina, después de Paraguay, con escaso medio millón de turistas.
Basta pensar en el campeón, México, con veintidós millones de viajeros para añorar una industria como el Cristo de la Grita manda. La modesta República Dominicana ha superado ya los cinco millones de turistas, señora del Caribe. Y hasta la estropeada Cuba avecina los tres millones. Brasil y Argentina superan los cinco. En fin como en tantas otras cosas somos el degredo continental. Y, por supuesto, no hablamos de Francia, EEUU, España o Italia que superan los cincuenta millones y reciben ingresos por el orden de los mil millones de dólares al año.
Para ser justos hay que decir que nunca fuimos muy exitosos en ese ramo.
Pero algo mejor lo hacían los turistólogos de ayer que llegaron a alcanzar el doble de los visitantes actuales y el negocio parecía tener futuro.
Ahora bien, como los buenos patriotas juran que este es el paraíso sobre la tierra con sus andes empinados, sus playas caribeñas ostentosas, sus llanos bravíos, su gran sabana telúrica, sus mujeres buenísimas y su exceso de petróleo que alguna huella mencionable ha dejado, como por ejemplo,
la patrimonial Ciudad Universitaria de Villanueva, el trauma, decimos, parece torpeza del gobierno y, seguramente en menor medida también de la poca imaginación creadora de nuestra burguesía, ahora, la pobre, enriqueciéndose bajo el yugo socialista.
Las razones de la minusvalía de esta tierra de gracia deben ser muchas. Nosotros que no somos técnicos diríamos que en primer lugar debe estar la percepción mediática de inseguridad, que no deja de lado algunos de los valientes que osan el turismo de aventura. La inexplicable falta de curiosidad, alienación capitalista, por un país donde suceden cosas dignas de una parodia, grotesca, de Alicia en el país de las maravillas, como un médico celestial y venerable que se inscribe en el partido de gobierno después de haber realizado su primer milagro, ¡milagro¡, comprobable en las entrañas del Presidente.
La inflación que tanto erotiza a Giordani y que nos hace un país muy caro, pesa. El que el mentado jefe haya decidido pertenecer a los países llamados forajidos (por el Imperio, claro) y que hacen que algunos lo llamen el Gadafi de Venezuela, en retribución a lo del Bolívar libio, nos hace más bien tierra árida para los soñadores del verano.
Tantos insultos y malas palabras que utiliza el Poder lo hace país poco apto para niños, adolescentes y damas recatadas. La xenofobia que le cortó la cabeza a Colón se paga. Para no abundar en la desolación del Litoral Central, con sus hotelotes como ruinas arqueológicas, falta de una política que incentive la creación de infraestructuras y personal idóneos para ese negocio de la modernidad, ¡sape¡, que mueve anualmente ya casi mil millones de seres humanos.
Pero, a pesar de todo, nosotros le recomendamos que venga, porque usted va a ver, al menos en la televisión y la seguridad de su hotel, fenómenos que no olvidará en mucho tiempo y que podrá contar para asombro de contertulios en su cervecería berlinesa o en su pub de Dublín. Una experiencia excepcional en un mundo demasiado uniforme y globalizado que no ofrece, en verdad, muchas sorpresas y emociones intensas.
Basta pensar en el campeón, México, con veintidós millones de viajeros para añorar una industria como el Cristo de la Grita manda. La modesta República Dominicana ha superado ya los cinco millones de turistas, señora del Caribe. Y hasta la estropeada Cuba avecina los tres millones. Brasil y Argentina superan los cinco. En fin como en tantas otras cosas somos el degredo continental. Y, por supuesto, no hablamos de Francia, EEUU, España o Italia que superan los cincuenta millones y reciben ingresos por el orden de los mil millones de dólares al año.
Para ser justos hay que decir que nunca fuimos muy exitosos en ese ramo.
Pero algo mejor lo hacían los turistólogos de ayer que llegaron a alcanzar el doble de los visitantes actuales y el negocio parecía tener futuro.
Ahora bien, como los buenos patriotas juran que este es el paraíso sobre la tierra con sus andes empinados, sus playas caribeñas ostentosas, sus llanos bravíos, su gran sabana telúrica, sus mujeres buenísimas y su exceso de petróleo que alguna huella mencionable ha dejado, como por ejemplo,
la patrimonial Ciudad Universitaria de Villanueva, el trauma, decimos, parece torpeza del gobierno y, seguramente en menor medida también de la poca imaginación creadora de nuestra burguesía, ahora, la pobre, enriqueciéndose bajo el yugo socialista.
Las razones de la minusvalía de esta tierra de gracia deben ser muchas. Nosotros que no somos técnicos diríamos que en primer lugar debe estar la percepción mediática de inseguridad, que no deja de lado algunos de los valientes que osan el turismo de aventura. La inexplicable falta de curiosidad, alienación capitalista, por un país donde suceden cosas dignas de una parodia, grotesca, de Alicia en el país de las maravillas, como un médico celestial y venerable que se inscribe en el partido de gobierno después de haber realizado su primer milagro, ¡milagro¡, comprobable en las entrañas del Presidente.
La inflación que tanto erotiza a Giordani y que nos hace un país muy caro, pesa. El que el mentado jefe haya decidido pertenecer a los países llamados forajidos (por el Imperio, claro) y que hacen que algunos lo llamen el Gadafi de Venezuela, en retribución a lo del Bolívar libio, nos hace más bien tierra árida para los soñadores del verano.
Tantos insultos y malas palabras que utiliza el Poder lo hace país poco apto para niños, adolescentes y damas recatadas. La xenofobia que le cortó la cabeza a Colón se paga. Para no abundar en la desolación del Litoral Central, con sus hotelotes como ruinas arqueológicas, falta de una política que incentive la creación de infraestructuras y personal idóneos para ese negocio de la modernidad, ¡sape¡, que mueve anualmente ya casi mil millones de seres humanos.
Pero, a pesar de todo, nosotros le recomendamos que venga, porque usted va a ver, al menos en la televisión y la seguridad de su hotel, fenómenos que no olvidará en mucho tiempo y que podrá contar para asombro de contertulios en su cervecería berlinesa o en su pub de Dublín. Una experiencia excepcional en un mundo demasiado uniforme y globalizado que no ofrece, en verdad, muchas sorpresas y emociones intensas.
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