Por: VenEconomía
Este martes 29 de mayo tal vez se recordará como la fecha cuando el candidato de la unidad democrática, Henrique Capriles Radonski, dio un importante paso al frente para posicionarse como la primera opción a la Presidencia de la República de Venezuela.
Capriles Radonski enfrentó valientemente la problemática que más preocupa hoy a los venezolanos: la delincuencia desbordada a lo ancho y largo del país. Lo hizo con total firmeza, centrado en el tema planteado, enfocado en propuestas de soluciones creíbles y con absoluta convicción en su discurso.
Al presentar su Plan de Seguridad, Capriles Radonski afirmó una verdad de Perogrullo: ¡El responsable de la inseguridad es el Gobierno! Para seguidamente exclamar su compromiso con Venezuela “¡Yo me pondré al frente de este problema!”.¡Vaya compromiso!
No es nada baladí esta promesa de Capriles Radonski. Sobre todo porque lo hace a un país en el cual el Presidente de la República no sólo ha obviado sistemáticamente en sus 13 años de largas peroratas el tema de la delincuencia, sino que ha abonado con su indiferencia, por decirlo suavemente, un clima de impunidad, el resquebrajamiento moral del sistema de administración de justicia, la desprofesionalización y corrupción de los cuerpos policiales, entre otros males que catapultaron los índices de homicidios, secuestros y penetración de las mafias de narcotraficantes a niveles jamás vistos en Venezuela, hoy en un sitial nada honroso como uno de los países con mayor violencia y delincuencia en la región.
Puntualizó Capriles Radonski que el Plan de Seguridad, en el cual participaron en su elaboración más de 100 expertos, se edificará cuatro pilares fundamentales: 1) Prevención, engranando tres ejes la educación, el empleo y la recuperación de los espacios públicos. 2) Policía, con inversión en equipos, en tecnología y en una preparación profesional basada en valores para los funcionarios, a fin de limpiar los cuerpos policiales de delincuentes y corruptos. 3) Justicia, con mayúscula, donde los jueces estén “comprometidos con la justicia, no con una revolución". 4) Sistema Penitenciario, basado en la humanización y no en la arbitrariedad y complicidad; donde las cárceles serán para rehabilitar a los internos y no universidades del delito; donde se acabará el hacinamiento y los juicios se ejecutarán justo a tiempo.
Por breves instantes, Capriles Radonski echo un baño de agua clara sobre las esperanzas de los venezolanos. Proyectó un país ideal: Un país donde “una familia pueda olvidar cerrar su puerta por la noche y dormir tranquila a pesar de que sus hijos estén en la calle. Un país en el que las casas no estén enrejadas, las calles estén iluminadas, el transporte público funcione y no exista el miedo a un robo. Un país en el que al final de la jornada de trabajo las familias se puedan encontrar en plazas públicas hasta la noche y compartir un rato, para luego tomar el autobús con la certeza de que llegarán a sus casas”.
Tal vez, el venezolano hoy, oprimido y fustigado por tanta delincuencia, pueda pensar que eso que pinta Capriles Radonski es el país del “¡nunca jamás!”. Por el contrario, es un país posible. Esa gráfica es lo cotidiano en otros pueblos cercanos y hermanos, no sólo en Suiza. Un país que Venezuela fue y ya no es, pero que de sus ciudadanos depende que lo vuelva a ser.
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