Por: VenEconomía
Los puertos venezolanos actualmente están abarrotados de buques fondeados y atracados que durante semanas y meses esperan para soltar sus cargas de productos y bienes, ya no solo de los tradicionamente importados, sino cada vez más de aquéllos que han dejado de producirse en el país en estos 14 años. Unos 29 buques se cuentan en Puerto Cabello, en el estado Carabobo y unos 13 en el de La Guaira, estado Vargas, según denuncias de la prensa nacional. La respuesta de las autoridades portuarias, no fue agilizar los trámites de aduanas, nacionalización de la mercancía y descarga, como sería lo lógico. La “mejor solución” que encontraron fue “ruletear” los buques por puertos nacionales y de algunos países cercanos, no solo arriesgando nuevamente la pérdida de bienes perecederos, sino incrementando los costos de las importaciones.
No es exagerado afirmar que Venezuela enfrenta la peor crisis portuaria desde la que atravesó en los años 70, cuando se produjo el boom de importaciones desencadenado por la apertura petrolera.
Ahora bien, si la de hace tres décadas podría justificarse porque agarró desprevenido al Gobierno, sin equipos, infraestructura, tecnología y personal capacitado; la de estos momentos es condenable y no tiene justificación ninguna, a pesar de que es producida por las mismas causas. El origen de esta crisis data de 2007, cuando el Gobierno sacó del juego a las empresas privadas nacionales e internacionales que operaban los puertos y las suplantó con la estatal Bolivariana de Puertos, para luego crear una muy truculenta operación a Puertos del Alba, donde 51% del capital es de Bolipuertos, y el 49% restante del Grupo Empresarial cubano La Industria Portuaria (Asport), pero cuyo control operacional lo tiene casi en su totalidad el personal cubano.
Ya no se trata de la entrega de otro sector neurálgico de Venezuela a Cuba, sino que el manejo de los puertos evidencia cada día más los males de toda empresa que agarra la revolución castrochavista: alta corrupción, mala gerencia, incompetencia operacional, ineficiencia, desinversión, obsolescencia de equipos, infraestructura y tecnología, por ende baja productividad y peor rendimiento económico.
A esto se le agrega, la sustancial caída de la producción nacional de rubros básicos por la política confiscatoria y de controles del Ejecutivo Nacional que obliga a recurrir a ingentes importaciones para satisfacer la demanda, las cuales son realizadas en su mayor parte por un Gobierno que suma un cóctel de impericia, ineficiencia, mala administración y corrupción. El resultado no podía ser otro que la generación de cuellos de botella que terminan por enseñorear la crisis y el caos en los puertos venezolanos.
Como siempre, quienes pagaran los platos rotos son los venezolanos: los importadores pagando con su dinero productos que se dañan incluso antes de ser desembarcados, y los consumidores quienes sufren en la cacería de bienes y productos que no se encuentran.
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