Por: Laureano Márquez/TalCual
No se puede negar que somos un país divertido, folclórico, donde suceden cosas insólitas. Estamos acostumbrados a que ser rico no solo es buenísimo, sino también facilísimo, a que la riqueza no es producto del trabajo, sino de la viveza, la conexiones, los sobreprecios, las truculencias y –naturalmente- del ejercicio de la función pública, fuente primera de enriquecimiento.
Aquí la competencia es entre quiénes tienen la mejor conexión, el amigo mejor “enchufado”. Por eso es gracioso cuando se habla de los terribles efectos del “capitalismo” nacional, cuando Venezuela ni siquiera ha llegado al capitalismo, estamos en un estadio previo de rapacería, eso que Marx en “Das Kapital” denominaba con la singular expresión: “laat me nien geben, zet me waar haigënn”, es decir, “no me den, pónganme donde haiga”.
Obviamente, el precio de la gasolina en nuestro país es altamente competitivo para la “exportación” paralela. Pensaran los contrabandistas: “si el gobierno la regala y nosotros la vendemos, somos más patriotas todavía”. Hace algunos años incluso se llego al descaro de lanzar una manguera por un río hacia Colombia. En los estados fronterizos es vox populi como sale la gasolina, quien lo hace, como se reparte la ganancia, lo qué cuesta un cargo de vigilancia en la frontera, cuantos carros y quintas tiene el que comanda el “operativo” y pare usted de contar. Debe ser una tentación irresistible un negocio con tanta plusvalía, para seguir con la terminología marxista.
Lo divertido es la solución criolla que le hemos hallado al problema: como la gasolina esta barata y se la están robando, vamos a crear un chip que la controle. Es ocurrente, como si el chip fuese a controlar al malandro, como si en Venezuela no se le buscara la vuelta hasta a la “ley de gravedad”. Uno supone que lo que viene es que, adicional a la estafa con el combustible, nace un nuevo negocio: el del chip, porque, además, quien lo suministra es el mismo sector al que el chip pretende vigilar, así son nuestras contralorías donde contralor y controlado “sono la stessa cosa”, como diría Don Corleone.
Dicen que los “bachaqueros” están contentos, porque con esto del chip y la escasez que va a generar en el país, ya no habrá necesidad de llevar el combustible a Colombia, sino que podrían “bachaquear” en el propio Maracaibo. Casi que uno puede imaginarse a los buhoneros en la frontera: “¡er chip socialista!, tengo er chip, completamente liberado”. Algún nuevo negocio saldrá del chip, denlo por hecho. En Venezuela toda situación caótica genera un negocio que se nutre del caos, esta es quizá la primera ley de nuestra economía: la riqueza no proviene de la productividad, sino de saber sacarle provecho a este desorden. Porque si en verdad quisiera solucionarse el problema de raíz, ¿no sería más sencillo y económico colocarle un chip a cada funcionario de la frontera, un chip que muestre sus movimientos de dinero, sus vehículos y casas, un GPS que nos indique por donde se desplazan sus intereses?, porque los que pretenden vigilarlo a uno son casualmente los que tendrían que estar bajo vigilancia.
Lo peor es que al final, todos vamos a instalar el chip socialista, porque quién se va a perder esta manguangua de la gasolina regalada. No importa si el país se hunde: a nosotros nos va bien. Es más, nos va bien gracias a que el país se hunde.
Creo que el próximo 7 de octubre tendremos que colocarle un chip a la conciencia nacional.
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