El otro día Chacumbele, montado en un tractor bielorruso, anunció, con su manía de que nuestro país va a ser una potencia, no sólo militar sino también en la agricultura y la ganadería, que Venezuela exportará de todo cuanto, para la época, estaremos produciendo
SIMÓN BOCCANEGRA/TalC ualDigital
El otro día Chacumbele, montado en un tractor bielorruso, anunció, con su manía de que nuestro país va a ser una potencia, no sólo militar sino también en la agricultura y la ganadería, que Venezuela exportará de todo cuanto, para la época, estaremos produciendo.
La humanidad, pues, que ya está avisada de que Chacumbele se propone salvarla, rescatándola de las garras del capitalismo, ahora tiene un dato más: Chacumbele va a realizar ese milagro aliviando el hambre de millones de terrícolas con el fabuloso excedente de nuestra producción agropecuaria, obtenido por su sapiencia en la materia.
Cuanto fruto da la tierra nuestra, desde cereales hasta verduras, además de carne y leche, Chacumbele lo va a exportar por medio mundo.
Lamentablemente, no es la primera vez que le oímos tales profecías; de hecho tiene trece años con ese macán. Trece años durante los cuales no sólo no aumentamos nuestras exportaciones agropecuarias sino que lo poco que de algunas cosas exportábamos ya no lo hacemos.
La agricultura venezolana se derrumbó y hasta la producción cafetera, que mal que bien resistió hasta la explotación petrolera, es ahora una triste sombra de lo que fue antes. Pero el impertérrito Chacumbele habla como si estuviera en el primer año de su mandato, cuando todos los anuncios de esa índole, cuando todas las promesas, encontraban un país ansioso de oír ese lenguaje.
En esa época y todavía unos años después la gente quería creerle y, de hecho, le creía. Pero trece años han pasado y ese disco se rayó. Cada año es lo mismo y el hombre no percibe que mientras más recita esos versos la gente menos le cree. ¡Tronco de socialismo este! Para avanzar cree que la fórmula es la de destruir las fuerzas productivas de la nación. Ha arruinado al sector privado, pero también al público. En la ciudad y en el campo, el país sobrevive a punta de petrodólares.
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