Por: Fernando Rodríguez/TalCual
A sí llamaban las abuelas a esas palabras y gestos supuestamente muy piadosos en sujetos estridentemente pecadores, pura hipocresía. Tan añeja expresión parece venir como anillo al dedo viendo a Chávez y su combo acercándose mansamente a los obispos nacionales en busca de paz y fraternidad, después de varios y largos años de altercados en que el Gran Jefe profirió contra la alta jerarquía católica, al fin y al cabo los representantes de Dios en la tierra, los más feroces, degradantes e hirientes insultos.
Verdaderos escupitajos que no perdonaban ni siquiera a dos cardenales, uno de ellos alta figura en la jerarquía vaticana. No había que ser muy beato para concluir, oyendo aquello, que ese caballero que llamaba demonios a los clérigos estaba irremediablemente condenado a pasar la eternidad en la quinta paila del infierno.
Es verdad que esto no es del todo nuevo. Chávez alternó posturas de revolucionario marxista clásico (religión, opio de los pueblos) con una creciente incorporación de Cristo no el de la iglesia burguesa a la militancia en el socialismo del XXI. Chávez puede combinar cualquier cosa en su centrífuga cerebral (recientemente al muy mantuano Uslar Pietri, quien no dejó de despreciarlo, lo trasmutó en un pana nacionalista y a la filosofía, vía Aristóteles, en puritita matemática). Pero eso avanzó también, sobre todo a partir de su enigmática enfermedad, y fueron misas solemnes y vigilias y ruegos patéticos y el Cristo de la Grita y, sobre todo, el muy conservador José Gregorio, santo del pueblo revolucionario.
Todo ello ensamblado con silbones, santeros, evangélicos y cualquier otro ser del más allá en una suerte de religión ecuménica capaz de devolverle la salud, arroz con mango celestial poco ortodoxo como se lo hizo ver algún cura impertinente.
Pero ahora se trata de reconciliarse con la propia Iglesia católica, apostólica y romana con la jerarquía oligárquica de ésta, desde el Papa hasta los obispos. Invente usted las razones de esa última estación. Algunas hipótesis sugieren que se trata simplemente de una estratagema electoral, dentro del atuendo de oveja que suele usar para estas ocasiones, y que apuntaría a no buscar jaleo con esa religión mayoritaria de los venezolanos. Flor de un día, pues.
Otras, que lo que pesa es lo de la enfermedad. Ya se sabe que esas situaciones límites son altamente propicias para que despierte el alma dormida y el miedo al vacío se vuelva el mejor catequizador.
Pero otros más osados se sorprenden por la similitud con la acción llevada a cabo, en ese sacro ámbito, por el Papa Fidel que tan tangibles resultados ha dado, incluida la visita del Papa de Roma. Esto último podría ser sin duda más interesante porque lo de la isla tiende hacia objetivos de largo alcance: buscar un acompañante para alcanzar la paz en ese campo de batalla devastado que ha terminado por ser Cuba y para realizar un viraje histórico sumamente complicado; no como quien va sino como quien viene, diría Mario Moreno. Y, de paso, ha liberado decenas de presos y aliviado el sórdido clima político habitual.
Esta última posibilidad no es necesariamente la verdadera pero es la más deseable. Si en este país ahíto de odio se diese ese eventual diálogo, muy emblemático, nadie de buena voluntad debería menospreciarlo. Una buena dosis de sosiego necesitamos para pasar el Rubicón electoral, el día 8-O y siguientes y muchísimo tiempo más hasta llegar a la adultez democrática. De manera que bienvenido sea; si así fuera, vaya usted a saber. Los caminos del señor son insondables, pueden valerse hasta de las morcillas.
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