La gente quiere saber lo que viene, porque lo que pasó ya lo conoce. Y si lo que pasó ya no tiene poder de seducción, lo que viene se baña de esperanza
SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
Arrancó la campaña. Es interesante el montón de valores simbólicos que se expresan en ella. De un lado, un régimen que constituye su propio pasado, envejecido, cuyo candidato habla de un régimen enfermo. Del otro lado un candidato, así se diga lo contrario, que está abrochado con el futuro.
La gente quiere saber lo que viene, porque lo que pasó ya lo conoce. Y si lo que pasó ya no tiene poder de seducción, lo que viene se baña de esperanza. Capriles quiso darle un sentido simbólico a su inicio, haciéndolo por las dos puntas de la patria, la sur-oriental, en Santa Elena de Uairén, y la occidental, en la Guajira.
No son sitios muy poblados, de modo que deliberadamente Capriles sacrificó el acto gigante en aras de expresar que su gobierno no dejará de últimos esos lugares –como suele suceder en todas las campañas electorales–, sino que su compromiso con los sectores más preteridos del país es tan real como su arranque en los sitios donde ellos moran. Chávez repitió sus viejas fórmulas.
Una caravana entre Mariara y Maracay, en la cual lo único interesante que ocurrió fue la zambullida de Diosdado. Lo demás fue lo mismo de siempre. El mismo discurso gaseoso de siempre en cuanto a oferta programática, insultante y grosero con la oposición y con su joven rival, frente a una multitud grande, sí, pero transportada de todos los rincones del país, como lo evidenciaba la procedencia de autobuses y busetas.
Es un presente que huele a la naftalina de 13 años de pasado contra una esperanzadora emoción despertada por Capriles, quien ha logrado darle envergadura de gobernante a una figura ante la cual algunos expresaban escepticismo dada su juventud y lo poco conocido que era. Ya lo conoce todo el país y el que lo conoce le ve cara de ganador.
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