Nadie se imagina a Cipriano Castro debatiendo con Juan Vicente Gómez sobre si la planta insolente del extranjero era más o menos insolente, con el escritor y periodista José Rafael Pocaterra de moderador
GISELA KOZAK ROVERO/TalCualDigital
Cuando veo debates entre candidatos presidenciales en otros países me pregunto por qué entre nosotros no es costumbre que los aspirantes a la primera magistratura debatan entre sí con reglas claras y turnos de participación. Hubo dos debates en la campaña por la candidatura de la unidad y, más allá de sus defectos, fue gratificante ver a contrincantes ejerciendo la civilidad, respetando las reglas, con los mismos derechos y limitaciones que los demás. El arte de la política en democracia implica precisamente respetar a quien adversamos y compartir los espacios políticos.
Esa burda actitud machista de que candidato que se respete no discute con el contrario es una manifestación más de la época de los caudillos y las montoneras.
Nadie se imagina a Cipriano Castro debatiendo con Juan Vicente Gómez sobre si la planta insolente del extranjero era más o menos insolente, con el escritor y periodista José Rafael Pocaterra de moderador. Si a Juan Vicente Gómez le llevó la contraria alguna de sus innumerables amantes o su hermana mayor, no se sabe mayor cosa.
No me extraña que sea así.
En Venezuela debate puede sonar para los eternos chéveres que quieren estar de buenas con todo el mundo a riña. También podría ser propio de gente fina confundir debate con riña; mi abuela decía que en las familias bien de Cumaná era muy corriente el "mijito, no vayas a discutir" o "háblalo solo conmigo".
Entre mis estudiantes debate no es argumentación, investigación, preparación previa, intercambio con reglas claras, sino enfrentarse con sus compañeros, sobre todo si se trata de temas que rozan la política... Qué va. Algunos envalentonados, sobre todo en redes sociales o en la Asamblea Nacional, piensan que debate es decirle al contrario hasta el mal del que se va a morir o lo inservible y falto de moral que es, por no hablar de la mención de la orientación sexual, la clase social o el color de piel. En una asamblea en la Sala de Conciertos de la UCV, recuerdo a un estudiante que dijo: Esta universidad es oligarca, pirata, burguesa, clasista, odia a los negros y los profesores ganan sueldos multimillonarios.
Profesores, yo los invito a debatir...
Puede que efectivamente Chávez desprecie a Capriles y piense que no es interlocutor para él, que águila no caza moscas y ya tiene ganada la elección e, incluso, que si no hay costumbre de debate no hay por qué empezar. Pero creo que el asunto va por otro lado. Chávez no quiere debatir con su oponente porque es como un niño que no comprende la existencia de límites: ¿hablar cinco minutos para responder una interrogante? ¿Callarse y darle la palabra a otra persona en igualdad de condiciones con él? ¿No poder descalificar al oponente con los insultos que acostumbra? ¿Darle la mano a Capriles? ¿Alguien se imagina al presidente en estas circunstancias? Henrique Capriles Radonski tiene que volver a abrir la senda de Rómulo Gallegos, el hombre de ideas y de leyes, el líder civil por excelencia.
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