Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Es cierto que entre los desmanes chavistas hay asuntos de una talla y una amplitud mayor. Pero el caso de la jueza Afiuni quedará en la memoria venezolana como uno de esos hechos que simbolizan y sintetizan una era, que la fijan en la memoria histórica
Tú serás por siempre, Hugo Chávez, el sicario de esa jueza de cara bondadosa y ojos lánguidos. Hay demasiada desmesura junta en esa historia de ensañamiento y alevosía. Y la vida es breve, pero la historia es larga.
Su origen remoto, según la voz del pueblo, es una historia privada que tiene que ver con honores mancillados, burladores y burlados, iras desenfrenadas, venganzas inclementes. Pero sobre todo es un asunto privado tratado con la intromisión impúdica del poder público que se supone destinado al bien común y a la igualdad ante la ley y no a la satisfacción de la saña personal del poderoso.
Sin obviar que, seguramente, hay otras oscuras razones que en nada atañen a la jueza y sí a las aves de rapiña que pululan en los inmensos negocios de la república socialista. Para calmar la cólera del Jefe, el Poder Judicial nunca fue tan humillado, tan obligado a arrastrarse contra toda lógica jurídica, a evidenciar que hay un amo y un látigo, y que sus mandatos se cumplen.
El Jefe ordena, pública y ostentosamente, la sentencia mayor para la impía, la que se aplica a los más inhumanos criminales, solo por haber aplicado una disposición legal inequívoca, ineludible, matemática. Todos marchan entonces, desde juececillos y fiscales sumisos hasta arriba, donde se mueven las tarántulas que administran los altos poderes nacionales para que todo esté en el lugar debido.
Que se sepa, además, de una vez por todas, que de verdad aquí quien manda es Uno. Se le hace una de las acusaciones más burdas que pueda pergeñar justicia alguna: se le acusa de soborno, pero con un peculiar detalle, que la propia Fiscalía no encuentra ninguna recompensa tangible para la sobornada y así lo declara. No importa, ella ha recibido una compensación espiritual haciéndole un daño a la revolución.
Desentrañan sus intangibles regiones anímicas como si fueran los hechos más objetivos y tipificables legalmente. Solo a los "jueces del horror", a los nazis, se les hubiese ocurrido semejante engendro. Ya sabemos del posterior vía crucis, enfermedades, retrasos y trampas judiciales, cárceles donde peligraba su vida, vejaciones.
Tantas, que han conmovido a medio planeta, instituciones y personalidades ligadas a los derechos humanos que las han conocido, hasta la ONU.
Al diablo hasta el precio político que haya que pagar. Pero en estos días hemos penetrado, vivenciado, su temporada en el infierno a través del libro de un periodista honesto y valiente a quien Afiuni ha contado que fue violada y embarazada, torturada psíquica y físicamente en la cárcel, sometida a toda crueldad en un antro dantesco donde autoridades y algunas reclusas viven en la ignominia y el servilismo.
¿Qué harán ahora los verdugos? ¿Investigarán "hasta las últimas consecuencias" las denuncias? Pareciera que no, ya la Fiscal y la directora del antro la han desmentido y ya colocan las trabas necesarias, las usuales, para que ni siquiera puedan iniciarse las indagaciones mínimas.
No vislumbramos qué saldrá de todo esto. Pero algo es seguro, que este es un augurio más de que sabremos, sabremos todo, nosotros o los que vendrán, de estos años de silencios forzados y cortinas de hierro.
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