Si uno quiere caer en cuenta de las dimensiones del sancocho conceptual, la retórica alevosa y delirante del liderazgo chavista, baste pensar en las celebraciones, con unos pocos días de diferencia, de dos fechas absolutamente contradictorias de la historia reciente: el 23 de enero y el 4f, la reconquista de la democracia y un golpe de Estado, de puro y duro estilo gorila.
La entronización del civilismo y una felonía militarista, por si fuese poco fallida, con una poco gallarda actuación del héroe mayor tan satirizada por el inolvidable Manuel Caballero, muy sangrienta y fraguada en la nocturnidad, al margen de la mayoría del país, que no hizo sino sorprenderse de tan inusual y desfasado acontecimiento.
Se podría decir que nada muy notoriamente nuevo ha pasado en estos días festivos, salvo la ausencia de Chávez y su enigmático silencio, y la suplencia que le han hecho dos actores de reparto, que si bien tratan de repetirlo al caletre, les falta ese don populista y canchudo, ese gancho mediático, que le ha permitido a éste mantener su rating por tanto tiempo. Pero no, este 4f ha tenido su originalidad y, a lo mejor, de alta peligrosidad. Producto justamente de la flagrante baja de calidad de estos espectáculos y, en general, del creciente medio oficialista de que hay un abismo entre un régimen con Chávez y sin Chávez, sobre todo dados los malos vientos que empiezan a soplar en los bancos chinos y las bodegas de Petare.
Esa es la razón de ese súbdito aumento de la violencia verbal, de las amenazas, tonalidad que marcó el acto, de parte del gobierno, contra una oposición muy comedida, hasta en exceso dicen algunos que andan con su twitter al hombro, siempre litos.
Hubo lo de siempre con algún toque innovador, pero en un tono más estridente: la cursilería verbal, las hipérboles descocadas (dijo Maduro que el 19 de Abril y el 4f son los dos grandes hitos de la historia patria), el mal gusto de la puesta en escena, el culto a la personalidad a nivel de sacramento, las bufonadas a lo Winston Vallenilla o el estupendo sketch del plagio de la gorra de Capriles (Maduro dijo que era una idea “original”, de Cabello, que se la pasa “pensando”) o la primera firma que hace las veces del firmante, singular acto de animismo.
Lo realmente importante es que se sacó el ejército a la plaza pública como nunca, una especie de golpe de Estado no conmemorado sino replicado, habida cuenta del artículo 328 de la Constitución, que prohíbe la politización de la Fuerza Armada. Aquí sí hubo un salto adelante, se perdió todo recato. El oficial que abrió el acto, dijo que nuestra Fuerza Armada era, además de heroica, “sobre todo, chavista”, y Maduro habló del amor del soberano a los tanques e igualó definitivamente sus exhortos al pueblo armado y al pueblo desarmado.
Y actuaron, con todo y tanques y aviones, en cadena nacional, al ritmo de los elogios sin límites del glorioso golpe que generó el áureo presente que, entre otras cosas, hace que la Fuerza Armada, creen engalanados generales, no lo es del país sino del no menos glorioso PSUV.
Esto último da miedo, miedo al miedo de los segundones que puede llevarlos hasta creer que todos sus exorcismos sean verdad y actuar en consecuencia Aunque uno cree y desea que la democracia persista, acompañada de la mayoría de sus militares respetuosos de los principios constitucionales.
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