Por: Fernando Rodríguez/TalCual
La verdad que la trampa parlamentaria de antier superó las expectativas que muchos nos habíamos formado. Fue una supina estupidez táctica tratar de atacar al enemigo en un terreno que es el peor para los chavistas: la corrupción. Para empezar porque Primero Justicia, el partido de Henrique Capriles, quien era el objetivo mayor del operativo, apenas ha tenido acceso a poderes públicos, una gobernación y media docena de alcaldías, mientras el gobierno ha manejado a la medida de sus inescrupulosos e insaciables apetitos, todo el poder, a cualquier nivel, durante catorce años, en el más descarado secretismo y sin control alguno. Lo que ya hacía descabellada la empresa.
Además hasta los chavistas saben que este gobierno es el más corrupto de nuestra historia, ya es lugar común decirlo, como lo evidencian desde los escándalos flagrantes y al desnudo, nacionales e internacionales, hasta la cantidad ilimitada de denuncias, rumores y chismes creíbles e increíbles. Por último el convocante principal era Cabello, que tiene en la opinión pública el prontuario mayor; solo en el estado Miranda, donde fue vencido por el abominado rival, tiene diecisiete acusaciones documentadas que suman casi quinientos millones, para empezar. De manera que la única explicación de haber cazado esa pelea es lo que llaman huir hacia delante, es decir, si éste es de nuestros puntos débiles, justamente por eso vamos a meternos en la cueva del lobo, de la única manera posible, a como dé lugar y sin ningún reparo, a la puro macho.
Como era de esperarse la cosa salió muy mal y las cacareadas acusaciones demoledoras, se convirtieron en unas cuantas contribuciones electorales privadas, algunas cuantitativamente risibles, varias de estas “pruebas” obtenidas con los métodos más indignos e ilegales, desde grabaciones ilícitas hasta chantajes evidenciados en la misma histórica sesión, y el trilladísimo origen financiero del partido en cuestión, periódico de hace más de tres lustros. Todo lo cual, como dijo alguien, no tiene proporción alguna con las dimensiones colosales de los impunes festines con el tesoro público del régimen. Mal paso, pues, donde, hay que subrayarlo, el candidato en la mira salió absolutamente liberado de pecado administrativo alguno, canonizado.
El espectáculo fue realmente lamentable, tanto que muchos espectadores dice estar dispuestos a renegar, por pena ajena, de la venezolanidad para hacerse letones o congoleses. Cabello es un director de orquesta infame, sin el don de la palabra, sin ninguna gracia y elegancia, con el vocabulario de cualquier matón, cegado por el odio y los deseos de venganza. Y el coro de la bancada oficial una manada de disparateros, desde momias estalinistas hasta tránsfugas impúdicos y adulones, pasando por el cociente intelectual de Pedro Carreño. Al lado de los cuales los burguesitos, seguramente postgraduados varios como todo buen burguesito, parecían académicos de la lengua. No una gallera, como dijo alguien, sino un cabaret barato parecía la Asamblea que otrora fue de Andrés Eloy, Arturo Uslar, Pérez Díaz o Pompeyo Márquez.
Quizás lo más verdadero que se dijo fue el señalamiento de Andrés Velásquez de que se trataba de un show electoral encubierto, otro más, y que sería menos perverso decretar de una vez la campaña donde se le verá el queso a la tostada, si es que lo tiene, de los segundones muy nerviosos y atemorizados por tener que usar la propia cabeza, aun con ayuda de los fraternos compañeros cubanos. Estamos de acuerdo.
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