Los resultados del 14-A desnudan a un régimen que en cuestión de días pierde amplio respaldo popular, de un Nicolás Maduro comunicacionalmente descolocado y a veces díscolo en su mensaje, pero en el fondo con una estrategia clara: incentivar la conflictividad, avivarla, para mostrar entonces lo que ya ha repetido varias veces, su "mano dura".
ANDRÉS CAÑIZÁLEZ/TalCualDigital
La confirmación oficial de la muerte del presidente Hugo Chávez, junto a la rápida realización de elecciones presidenciales el pasado 14 de abril, terminó de colocarnos como país en una nueva etapa de la vida nacional.
Si bien el señor Nicolás Maduro intenta recalcar la continuidad entre el gobierno de Chávez y su propio ejercicio del poder, y acuña la infeliz idea de ser el "primer presidente chavista", en realidad las cosas han cambiado, de forma radical y a pasos acelerados en muy corto tiempo.
El autoritarismo de Chávez estuvo siempre matizado por su enorme magnetismo y vínculo emocional con el pueblo.
Los resultados del 14-A desnudan a un régimen que en cuestión de días pierde amplio respaldo popular, de un Nicolás Maduro comunicacionalmente descolocado y a veces díscolo en su mensaje, pero en el fondo con una estrategia clara: incentivar la conflictividad, avivarla, para mostrar entonces lo que ya ha repetido varias veces, su "mano dura".
¿Qué debemos entender por mano dura? El madurismo, entonces, pasa a ser un sinónimo de endurecimiento en la lógica neoautoritaria, según Tulio Hernández, o de autoritarismo electoral, según Ángel Álvarez.
La popularidad, que fue la coartada perfecta para Chávez en la dinámica de imponer un modelo personalista en el ejercicio del poder, rápidamente termina suplantada por la mano dura de Maduro.
Quien ejerce el poder no sólo debe mostrarse duro ante la oposición democrática, sino que también debe parecerlo puertas adentro en un Partido Socialista Unido de Venezuela, más desunido que nunca por la ausencia del líder y la rápida pérdida de la herencia electoral que recibió Maduro de Chávez.
Las fuerzas democráticas unidas en torno a una tarjeta única de la MUD, estrategia claramente positiva, se impusieron en las urnas al PSUV. Pese a la estrategia comunicacional costosa y prolongada de reconectar al líder ausente con la masa de votantes, no hubo un traspaso automático de votos y el país presenció, al contrario, el fortalecimiento de un liderazgo democrático.
Enorme desafío tiene ahora este liderazgo en la construcción de estrategias para hacer frente a la lógica de endurecimiento del madurismo.
En materia de medios y libertad de expresión tenemos señales sumamente preocupantes de cómo hará el madurismo en su apuesta por permanecer en el poder. La primera, y desde mi punto de vista la más grave, tiene que ver con las acciones para silenciar o censurar el mensaje de Henrique Capriles Radonski.
Cuando era difícil imaginar un uso más pervertido de las cadenas de radio y televisión, que ya Andrés Izarra había potenciado como palanca de la hegemonía comunicacional, nos topamos entonces con el triste papel de Ernesto Villegas al frente del Ministerio de Comunicación e Información.
Lo que ocurrió en los últimos días en Venezuela no tiene precedentes ni siquiera en los desmanes de los últimos 14 años. Por un lado, se utilizó un mensaje estatal de carácter obligatorio para toda la radio y televisión del país para tergiversar las palabras de Capriles Radonski, en el afán de colocarlo como el autor intelectual de unos hechos de violencia, cuyo origen igualmente es sumamente dudoso.
Al día siguiente, cuando el agraviado que es un líder nacional cuestionó el uso de esa cadena, la reacción del gobierno es censurar su rueda de prensa y meterle otra cadena. No con un mensaje novedoso o necesario para los fines públicos del Estado, sino que sencillamente se repite por toda la red de radio y televisión del país los mismos contenidos del día anterior.
Unas 24 horas después igualmente se le impide a Capriles que se dirija al país, en la hora previamente señalada, porque quien ejerce el poder transmite una nueva cadena desde Maracaibo.
Maduro y Villegas serán recordados, tristemente, por utilizar lo que es un recurso público (la cadena de radio y televisión) para impedir que un líder político nacional pueda ejercer libremente su derecho a expresarse, y limitar seriamente el derecho de los venezolanos de acceder a puntos de vista diferentes, es decir plurales, tal como lo establece sin cortapisas la Constitución vigente.
La otra estrategia utilizada para censurar a Capriles han sido las amenazas contra los canales de televisión, con el fin de impedir que las ruedas de prensa o intervenciones del líder de la MUD sean transmitidas. Se intenta impedir que el pueblo conozca puntos de vista disidentes, simple y llanamente.
Se han dado amenazas directas, como la cadena del sr. Maduro el 18 de abril en la cual emplazó públicamente a Televen para que este canal dejase de transmitir a Capriles; igualmente se mantiene una soterrada guerra de nervios contra los otros canales privados nacionales y regionales, con llamadas amenazantes varias veces al día del propio Pedro Maldonado, director de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel) cada vez que un medio osa "pegar" su transmisión para poner al aire a Henrique Capriles.
El madurismo, también en materia de medios y libertad de expresión, es un claro sinónimo de endurecimiento y por tanto retroceso para Venezuela.
No hay comentarios:
Publicar un comentario