Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Nuestro régimen es tan militarista que a cual- quier cosa le asesta un nombre verde oliva: misión, alto mando, batalla, operación, comandante-presidente, brigadas, guerra…Como Maduro viene del mundo del transporte, civil pues, uno pudo pensar que el léxico podría cambiar un poco.
Pero no, ha empeorado, el susodicho tiene que hacer méritos adicionales para que le den entrada franca al decisivo y esquivo reino de los cuarteles. Por ejemplo ahora estamos en plena guerra, aunque usted no logre detectar la naturaleza y el desarrollo de ese conflicto bélico. Nosotros se lo adelantamos, con tan estruendosa palabra se quiere designar simplemente la crisis que atravesamos y en la que pudiéramos hundirnos si los cañones y misiles de la inflación, la escasez, los apagones, la inseguridad y otras armas de posibilidades letales siguen acribillándonos.
Y se llama guerra para encontrar un enemigo al cual atribuirle la demolición del país, desde los museos desiertos a nuestros preeminentes lugares planetarios en todas las pestes económicas conocidas, pasando por Pedro Carreño, para sintetizar. Que no son sino los horrores que ha producido una gestión gubernamental sin precedentes en la Venezuela contemporánea y que de guerra tiene muy poco, más bien se asemeja al intento de asesinato de un país a punta de ignorancia, irresponsabilidad y corrupción. Lo más parecido a guerra que hemos tenido en este proceso son las decenas de miles de bajas, de venezolanos caídos a manos de la delincuencia, tantos que nos asemejan en cuantía a más de una guerra en sentido estricto.
El concepto es tan inapropiado y torcido que resulta difícil aplicarlo ni siquiera falazmente a un enemigo determinado y mucho menos el modus operandi de éste. Lo importante es que la tenebrosa situación nacional o a un hecho puntual negativo se le pueda encontrar un responsable. Por ejemplo Jorge Roig está, según Maduro, detrás del golpe económico y se le debería castigar sin clemencia (anotemos que este caso es curioso y hasta sospechoso porque unas horas después sale feliz de un constructivo y cordial encuentro con el general Rodríguez Torres). Si el metro, otrora gloria de la capital, sufre uno de sus innumerables achaques actuales, El Troudi dice que es Antonio Ledezma que anda de vagón en andén haciendo travesuras. O la desestabilización general tiene su “vanguardia” en la encargada de negocios gringa que invadió Ciudad Bolívar.
Capriles que paró en seco la violencia postelectoral, para calentera de los opositores fundamentalistas, es el asesino de siete venezolanos. Si hay un apagón o un Amuay son unos saboteadores, que nunca aparecen para deshonra de nuestros cuerpos de seguridad. La escasez es culpa del primer bodeguero que esconde unos paquetes de harina Pan o del Imperio, da igual.
Si atracan a Samán, hecho cotidiano en Caracas, es un acto de sicariato y algún autor intelectual habrá y ya sabemos por donde fumea. Si Maduro no va a la ONU no es por los rumores que corren sino porque Otto Reich lo esperaba con una bazuka para destrozarlo en pleno discurso. La corrupción existe, sí, pero la de los veinte mil bolívares que le dieron en una celada dos malandros de cuello blanco al diputado Caldera. La inflación, dice Rafael Ramírez, se debe a gruesos capitales privados. Y así hasta el infinito.
Metanselo en las cabezas, no hay crisis, es una sensación, sólo una catajarria de malvados saboteando el indetenible progreso de la revolución que anda, como siempre, a paso de vencedores.
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