SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
Iván Simonovis ha tomado una decisión terrible. Se ha colocado voluntariamente ante un dilema existencial: la libertad o la muerte. "No acepto continuar preso ni que mi familia siga presa conmigo, porque esa es su situación real", ha sido su categórica determinación.
De ahí la huelga de hambre que ha iniciado. Ya en este país las huelgas de hambre, después del sacrificio de Franklin Brito, no son cosa de pantalla. Brito, quien no era un político sino un agricultor, murió, después de varios meses de ayuno, reclamando unas tierras que le habían sido arbitrariamente arrebatadas por el gobierno.
Su reclamo nunca fue atendido y al cabo del tiempo su huelga de hambre culminó en el fatal desenlace. Simonovis, víctima de un atropello judicial que lo condenó a treinta años de prisión por acontecimientos en los cuales no tuvo arte ni parte, ha apelado a la medida extrema ante la sostenida negativa del gobierno de negarse a reparar el atropello cometido.
Una huelga de hambre individual es una decisión personalísima, que debe ser mirada con absoluto respeto, y así debe ser en el caso del ex comisario policial preso desde hace diez años y que emplaza directamente al gobierno.
Este debe tomar muy en serio la situación y prestarle atención al gesto de Iván Simonovis, para buscar una pronta solución. Cuando alguien pone en juego su propia vida en el contexto de un gobierno como este seguramente sabe bien que se la está jugando.
Es obvio que Simonovis lo sabe, de manera que su gesto merece la máxima solidaridad posible, porque está hablando en serio. No hay que dejarlo solo.
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