Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Teodoro Petkoff publicó hace un par de años un agudo opúsculo, Dos iz- quierdas, donde trazaba una línea de demarcación muy precisa entre las tendencias políticas mayores que reivindican para sí el dilemático, acaso el más equívoco, término de izquierda.
El criterio parteaguas es en el fondo sencillo: una la izquierda tradicional, plagada de esa lepra que llaman estalinismo, populista básicamente y negada a aceptar que todo desarrollo económico que en el mundo ha sido resulta de la combinación, en diverso grado, del Estado y la iniciativa privada. Verdad esta última que reconocen no solo China o Vietnam sino hasta los octogenarios cubanos, los últimos comunistas, junto a esa cosa monstruosa e informe que es la monarquía de Corea del Norte. De otro lado una izquierda modernizada que acepta una economía mixta y, diría que sobre todo, pretende propiciar y proteger la más prístina democracia y el respeto a los derechos individuales.
América Latina ha pasado a ser un magnífico ejemplo de esa dicotomía petkoffiana.
Algunos de los países que han alcanzado un grado notorio de desarrollo económico y de armonía política, gobernados además por figuras que provienen de la izquierda tradicional, son los que han optado por esa segunda vía, la izquierda democrática. Brasil, Chile, Uruguay, Perú se pueden considerar, en diversas modalidades, como verdaderos ejemplos para el subcontinente, a pesar de sus naturales carencias. Un caso particularmente interesante es el de El Salvador en que los guerrilleros de ayer parecen haber aprendido cabalmente las formas y maneras de la civilidad democrática.
En cambio los populistas de a locha, cuyo modelo era Venezuela, por el liderazgo fuerte del Eterno y su famosa chequera, se han venido abajo en la medida que el modelo implosionó y se convirtió en su contrario, todo lo que no se debe hacer para tener ventura social y eficacia política. Por lo demás sus seguidores, básicamente los de la Alba, solo lo han imitado realmente en lo que a distorsiones y perversidades de la democracia se refiere, desde la reelección como primera premisa hasta los atropellos a la libertad de expresión o las aburridísimas monsergas antiimperialistas. Paradójicamente en lo económico se han precavido de poner las tortas a lo Chávez y Giordani, como son los casos de Bolivia y Ecuador.
De manera que decir que Maduro es un anacronismo no es una hipérbole desmedida. Tanto más que su gobierno ha sumado a todos los traumas que le legó Chávez una ferocidad represiva que tan mal lo exhibe en el país y en el planeta. A lo mejor siempre fue más o menos así, aun durante el prolongado reinado del último de los próceres, mucha bulla vacía y dólares petroleros repartidos a granel. Hillary Clinton acaba de decir, en sus memorias, un par de cosas bastantes duras sobre el Caudillo, primero que era un maestro de la autoinflación y, herejía de herejías, un sujeto en nada peligroso, tan solo irritante y fastidioso.
En definitiva un panorama nada desalentador el del continente de hoy. Quizás debamos lamentar, como dijo una vez Joaquín Villalobos, que en los países donde hizo estragos el populismo va a costar que muchos compren la opción de una izquierda decente y actualizada.
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