Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Las declaraciones de Leopoldo López dadas a El Nacional al día siguien- te de haberse decidido su enjuiciamiento, despropósito legal que hemos rechazado y rechazamos con toda firmeza, parecen poner en una situación dilemática a la Mesa de la Unidad. Situación que no es, por supuesto, nueva.
No hay que ser un observador muy agudo para saber que existen, desde hace meses, dos tendencias muy marcadas dentro de esa polifónica agrupación política. Que éstas han aflorado de muchas maneras oblicuas, y algunas muy rectas, pero al fin y al cabo la sangre no ha llegado al río y todavía la unidad prevalece, a pesar de los pesares, entre éstos y en lugar preeminente el deseo descarado del gobierno por producir la fractura. Tan descarado que es probable que algunas decisiones y elucubraciones pérfidas suyas, magnicidios y otras, en alguna medida respondan a esa finalidad. Pero al fin y al cabo Henrique Capriles llamó podrida a la justicia que iba a condenar al líder de Voluntad Popular.
Y el propio López no deja de hablar de “mis compañeros” en las críticas que les hace a los dialogantes en la entrevista citada. De manera que, todo lo malherida que se quiera, ahí está la mesa y sus comensales. Y eso vale, claro que vale.
Ahora bien, ¿cuál es la novedad a la que aludimos? Dos cosas: la condena de López al diálogo es rotunda, no sólo fue inútil sino altamente perjudicial: deprimió la protesta y facilitó el aumento de la represión. Con dictaduras no se habla, por último. Y no es que nadie ande cantando loas al diálogo ni pronosticándole bondades, se diría que al contrario.
Pero, es obvio que la conducta de la mayoría de la MUD es menos tajante; por ahí habló Aveledo de una ventana que quedaba abierta, ojo, no la puerta. Y en segundo lugar, Leopoldo López postula una solución, la constituyente, que de emprenderse agotaría todas las energías opositoras por un buen tiempo, a tal punto es aparatosa, pedregosa y no exenta de riesgos. Me temo que no va a ser muy bien recibida en la Mesa y no sé si para una fracción de la oposición sea una sensata salida. Baste pensar en el tiempo que tomaría la empresa, desde recoger las firmas hasta despedir a Maduro una vez aprobada en referendo la nueva carta magna. Tanto más complicada la tarea que seguramente en la mitad del camino se atravesarán unas elecciones parlamentarias y hasta la posibilidad de un revocatorio presidencial.
Lo único que queda por desear ante arrestos tan súbitos y tajantes es que el tiempo y un sano cálculo de las propias posibilidades conduzcan a que todos lleguemos a acuerdos y sigamos siendo compañeros, que estas cosas nunca son fáciles. Para lo cual habría que atenerse a ciertas reglas del quehacer democrático y unitario que, si a ver vamos, no nos han liberado de esta oscura noche despótica pero al menos nos han hecho mucho más fuertes y combativos que en aquellos tiempos en que se llegó a pensar que si votábamos nos hacían trampa y si nos absteníamos nos masacraban institucionalmente, es decir, que no había para donde coger. Estamos muy cansados y dolidos, es cierto, pero estamos seguros de que nunca fue tan vigoroso el país libertario como en los días que corren.
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