martes, 8 de julio de 2014

100 euros por un número para la cola de Zara


  • La larga espera para comprar una prenda es el símbolo de las penurias que vive Venezuela
  • Botellas de agua para la ducha, cirugías con linterna y 25.000 homicidios al año
  • Diario de una semana en Caracas
DANIEL LOZANO / El Mundo España
Lo primero que te preguntas es cuándo se jodió Venezuela. La cita vargasllosiana tiene respuesta inmediata para la mitad opositora: hace 15 años con el triunfo de Hugo Chávez. La dirigente chavista Érika Farías sitúa el crack en un lejano más allá: hace 3.000 años.
Y los radicales de la revolución, que creyeron vivir un paraíso durante una década, tienen su propio listón: el día que murió el «comandante supremo». Entre dimes y diretes bolivarianos, una frase se repite como arma arrojadiza: «Tenemos patria». Unos dicen sentir el alma revolucionaria, otros la rechazan con toda su alma. Pero todos la sufren convertida en las colas interminables, la imparable escalada de los precios, la salvaje violencia urbana y el deterioro de servicios básicos como la salud. Día a día, todos los días.

Venezuela vive hoy la nueva versión del Periodo Especial cubano de los 90, cuando las maletas llegaban a la isla cargadas de productos de primera necesidad. Pero con una diferencia trascendental: Cuba se adaptaba a una nueva vida sin la subvención soviética, mientras Venezuela es el país más rico de América Latina, con las mayores reservas petroleras del planeta. Cada día produce más de 2,5 millones de barriles en plena bonanza del oro negro: casi 100 dólares por barril.

Miércoles

Ni desodorante, ni café, ni fármacos oncológicos.

Una larga lista de peticiones de amigos, impensables en otros tiempos, llena mi maleta al regresar desde Colombia. La «revolución bonita», si algún día lo fue, muestra hoy su cara más demacrada nada más aterrizar en el aeropuerto de Maiquetía. Nadie pide las obras de García Márquez, la novela del boom Evelio Rosero o la nueva creación cafetera de Juan Valdez. Ni siquiera la camiseta tricolor, tan de moda gracias a los goles de James Rodríguez. Sólo lo realmente necesario, no importa la pena (vergüenza) latina.

Como Álex Vásquez, periodista estrella de El Nacional, quien durante semanas no encontró un simple desodorante en spray. «Tengo uno que se está acabando», me recordó antes de partir. «Así estamos, ¿quién iba a imaginar que esto ocurriera en Venezuela?», se cuestiona tras la incorporación colombiana a su bolsa de aseo. Teresa también quería un desodorante, un jabón íntimo «que no encuentro por ningún lado» y café, «de ese rico, colombiano». En su spa, no funciona el baño de vapor (falta una pieza). La hidrobañera estuvo seca seis meses por el mismo motivo. Ahora aprovecha su tiempo libre para saltar de un lado a otro de la ciudad en busca de la cesta básica para su familia.

Según la investigación de un diario local, son necesarios tres días y siete horas en la cola para comprarlo. A Alexandrina Rodríguez le hacía falta una bombilla para su televisión Samsung, «imposible encontrar este recambio en Caracas». También recibe encantada artículos que se han vuelto un lujo: leche condensada, aceite de oliva, cereales con avena y azúcar morena.

Otros optaron por medicinas: hay escasez de antibióticos. Ni qué decir de los antirretrovirales (faltan entre 11 y 19 cada mes) o de los oncológicos (fallan 17 entre los más importantes). No hay reactivos para análisis, faltan agujas para punciones y a doña Rosita, una viejita del barrio, no le pudieron hacer una simple radiografía. Que también se olviden las mujeres de luchar contra las infecciones urinarias.

Ninguno de mis amigos ha pedido, por fortuna, papel higiénico. En las últimas semanas ya hay en los súper, pero durante días los aviones llegaban con tan sorprendentes cargamentos extra. Venezuela te golpea en el propio aeropuerto, para que tengas claro a donde llegas. Falla el aire acondicionado y también el agua durante varias horas. El agujero del lavabo es enorme, grietas en el suelo, tiendas cerradas... Eso sí, el Gobierno prepara un impuesto para respirar aire acondicionado con ozono: 127 bolívares que se cargarán en cada ticket aéreo.

Jueves

Cuatro tipos de cambio para el bolívar y una inflación del 60%.

Los taxis en Caracas tienen nuevas tarifas que nadie ordena. Tras regatear, la cifra media gira en torno a los 150 bolívares. Explicar cuánto supone en euros sería una crónica en sí misma, porque Venezuela alterna cuatro cambios distintos: el oficial (a 6,30 bolívares por billete verde americano, 8,55 por euro), el Sicad 1 (una subasta alternativa, que oscila en torno a los 10 bolívares por dólar), el Sicad 2 (una segunda subasta, en torno a 50 bolos por dólar) y el cambio negro (hoy unos 70 bolívares por dólar).

Por lo tanto, el viaje en taxi costaría, a precio oficial, unos 17,5 euros, un disparate. «Pero todos sabemos aquí que la economía funciona a dólar negro», se defiende el taxista, aprovechando el desquiciante control de cambios impuesto por Chávez hace 11 años. No hay que olvidar que el salario mínimo es de 4.251 bolívares (497 euros), en una sociedad tan golpeada por la inflación (la interanual supera el 60%, la mayor del planeta) que se come cualquier aumento.

Los atascos nunca faltan en un país donde cuesta más comprar agua mineral (tampoco se encuentra últimamente, faltan envases de litro y medio) que llenar un tanque de gasolina. La gran novedad callejera es una estampa ciudadana, que se repite todos los días: cientos de personas deambulando, como zombis, con bolsas de plástico en sus manos. Bolsas de comida que han podido comprar al vuelo. Así lo describe un amigo en su cuenta de Twitter, un aliviadero para las penas venezolanas: «Siento que estoy en The Walking Dead con mi bolsa de harina pan y mazeite en el Metro».

Viernes

Cirujanos operando con linternas de sus móviles.

Nada más llegar a casa, otra bienvenida: apagón nacional. El tercero grande del año, que se suma a los cientos locales. En el país de la energía, no la hay. Esta vez afecta al 70% del Estado durante al menos tres horas. En algunas ciudades tardan días en recuperarse. El Gobierno se defiende acusando a conspiradores, a iguanas o al viento huracanado que sólo ataca las torres eléctricas. Pero un sindicato revolucionario pone en aprietos al ministro: la infraestructura no tenía mantenimiento «porque era muy costoso». En un hospital de Caracas, los cirujanos se ven obligados a operar con la linterna de sus móviles. Es como si una de las capitales latinoamericanas de luz más hermosa, que se filtra a través de la imponente montaña de El Ávila, se empeñara en estar a oscuras. Hasta de día.

Sábado

7.000 euros por un billete para volar a España.

Un amigo avisa de que han vuelto las colas kilométricas al Berskha. Zara rompió récords hace unos días por la llegada de ropa nueva a precios accesibles. Expertos cuentan que el Gobierno buscó el efecto dakazo, las rebajas socialistas de noviembre en tiendas de electrodomésticos, que posibilitaron su victoria en las municipales. La cola comienza a las cinco de la madrugada. Luego los puestos se venden por 800 bolívares (casi 100 euros, siempre al cambio oficial). Pantalones a 1.200 (140 euros) y zapatos entre 500 y 800 (entre 60 y 100 euros) cuando en una zapatería de la calle superan los 2.000 (230 euros). Cada persona coge hasta seis prendas.

A gran parte de la clase media le dan ganas de escapar, pero hasta eso es una quimera. La millonaria deuda del estado con las aerolíneas ha reducido las plazas para volar y ha disparado los precios. Viajar a España, cuando se encontraba algo, costaba 60.000 bolívares (más de 7.000 euros), pero es tan complejo encontrar billete...

Domingo.

Habitaciones del miedo por temor a las balas perdidas

Caracas tiene su propio muro de las lamentaciones, una pared imaginaria por la que resbala un mar de lágrimas todos los días: la morgue de Bello Monte. Estamos en el epicentro del terremoto de violencia que ha convertido a Venezuela en el segundo país más salvaje del planeta: casi 25.000 homicidios el año pasado, según fuentes independientes. El balance de los primeros meses de 2014 confirma cifras parecidas.

Aquí se huele la muerte, la misma que buscan dos ex policías integrantes de una banda paramilitar chavista en el quirófano del Hospital Clínico Universitario. Parece una película: los agentes ejecutan a un malandro al que habían disparado previamente. Después eliminan a su hermano, que esperaba fuera, y a un trabajador. Treinta balas quedan regadas entre la sala de operaciones y la habitación contigua.

La realidad es tan dura que el país ya no encuentra más sinónimos para sus delincuentes, por mucho que rebusque en el diccionario: malandros, choros, azotes, antisociales, bichos, hampones... Muchos de los que huyen del país lo hacen por culpa de la violencia. Los que no, han cambiado sus costumbres. La vida nocturna nada tiene que ver con otros tiempos. Nadie se atreve a estacionar en la calle. Los comerciantes pagan a policías para que les acompañen a los bancos. Sólo una parte de los secuestros son denunciados. En los barrios populares hay toque de queda y algunas familias han construido habitaciones del miedo, reforzadas de cemento, por temor a las balas perdidas.

Lunes

Periódicos anoréxicos y una tele sin series ni películas.

Un desayuno en una frutería y una panadería portuguesa es tan caro como el Ritz de Madrid. Un jugo de naranja (30 bolívares), un vaso de avena (18), un café (25) y un sándwich de jamón y queso (105). Total al cambio oficial: 20,8 euros. La única ventaja es que los periódicos vienen tan anoréxicos que en media horas te leíste la prensa entera y comiste. El gobierno de Maduro decidió estrangular a la prensa independiente impidiendo su acceso al papel, además de comprar el diario popular más leído.

Las televisiones públicas se manejan como si fueran los canales cubanos: pura propaganda y una descarga de insultos y amenazas contra la oposición. Entre semana, Venezolana de Televisión ni siquiera ofrece series o películas. Sólo propaganda o las intervenciones constantes de Maduro. Uno de los pocos descansos al sinvivir venezolano era un programa nocturno de humor, creación de Luis Chataing. Pero hasta eso les robaron. Presiones gubernamentales acabaron con su ingenio, después de satirizar a los conspiranoicos intentos de magnicidio contra Maduro.

Martes

Cinco meses de espera para hacerse el pasaporte.

Por fin doy con leche tras un mes sin encontrarla. Viene de Chile, es un poco amarilla, pero como para quejarse. Una amiga lleva cinco meses para hacerse el pasaporte. Le acaban de decir que debe viajar a otro estado para obtenerlo.

«Tomé la iniciativa de @mamiencontro porque me tocó la difícil tarea de ser mamá en este tiempo de escasez. Siempre me topaba con amigas e incluso familiares que me decían que les avisara si encontraba determinado producto. Era un boca a boca», me describe Dayimar Ayala, periodista joven y aguerrida, quien ha creado una cuenta de twitter en forma de servicio público, una GPS para padres en apuros.

Los martes son también los días elegidos por Maduro para su programa de radio (que se emite por televisión). Hoy toca Catia, zona tradicionalmente chavista. El presentador narra las hazañas de la revolución y pregunta a una señora por las propuestas presidenciales.

-Aquí no han cumplido con nada, no tenemos agua, no tenemos pipotes... Yo no tengo de nada, ni siquiera la pensión.

Pillado por el directo, el locutor se come los nervios y pregunta a otra mujer. La respuesta provoca el corte inmediato de la transmisión: «Esperamos que el presidente nos ayude, porque hay problemática con el agua...».

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