La escena política no se ha caracterizado últimamente por las novedades. La beligerancia de los recientes meses se ha cambiado por una tranquilidad apabullante. Si hace poco topábamos con posturas diversas y aún con propuestas enfáticas frente a los problemas de la república, hoy predomina un letargo que no guarda relación con el ardiente movimiento de hace seis meses.
La falta de iniciativas por parte de la oposición ha colocado al PSUV en primer plano, no en balde la sociedad vive pendiente de las querellas internas de los rojos-rojitos mientras los partidos de la otra orilla prefieren debatir y pensar en privado sin que sus destinatarios se enteren. Al PSUV le ha caído del cielo esta desaparición del vigor de sus rivales, pues tampoco tiene ideas para las soluciones de las graves urgencias de la sociedad.
En esta atmósfera distinguida por la inercia y por la ausencia de ideas se ha escuchado de nuevo la voz de los obispos.
Del seno de la 102 Conferencia Episcopal ha salido una palabra capaz de llenar el aludido vacío, o de llamar la atención sobre la necesidad de volver a ocuparse con seriedad del rompecabezas nacional que solo podrá soldarse con el compromiso de los líderes, con la obligación de los portavoces del oficialismo y de la oposición de atender de veras una crisis tan grave que no puede esperar a las calendas griegas para encontrar paliativos.
Para presentar sus ideas en plataforma sólida, los pastores reunidos en conferencia se han detenido en dos elementos fundamentales: el deterioro institucional y la ausencia de planes para evitar que sea aún más preocupante.
La desconfianza provocada por la debilidad de las instituciones obliga a conductas políticas orientadas necesariamente al entendimiento de las partes en conflicto, argumentan los obispos. Mientras el gobierno elude el diálogo y la oposición apenas lo busca con intermitencia, se profundiza el declive de un cuerpo institucional cada vez más enfermo de terribles patologías.
Por consiguiente, debido a la carencia de las protecciones habituales en tiempos de normalidad, puede llegar la hora de un conflicto irremediable sobre cuyos resultados serán oscuros todos los pronósticos. Se trata de un llamado de atención que incumbe al gobierno pero también a los portavoces de la oposición y en especial a la MUD.
Pero los obispos no solo se detienen en la descripción del asunto primordial: también miran hacia su causa fundamental. No se busca el diálogo ni se atiende el problema de la precariedad institucional porque nadie está movido por el deseo de perdonar, y nadie quiere olvidar las faltas ajenas para encontrar la concordia. Ya basta con el enconado pase de factura, señalan los pastores católicos, hay que iniciar de veras el derrotero de la fraternidad.
¿Utopía? ¿Evangelio trivial en tiempos de borrasca? El papa Francisco acaba de demostrar que el perdón y el reconocimiento de los yerros es un comienzo significativo: ha clamado que perdonen a la Iglesia por los pecados de pederastia que ha consentido, dura y elocuente confesión de un pecado cuyo lavado depende de su reconocimiento y de la consiguiente búsqueda de las satisfacciones a que haya lugar.
El nuncio apostólico viene de una carrera exitosa en el ámbito de las negociaciones entre rivales a veces irreconciliables, según aseguró hace poco en una intervención que no fue casual, sino seguramente pensada con toda propiedad. En la conducta del papa y en la declaración de su embajador se apoya la Conferencia Episcopal Venezolana para decir lo que ha dicho.
Partiendo del ejemplo del pontífice y de la experiencia encarnada en el nuncio Giordano, la 102 Conferencia Episcopal se convierte en protagonista estelar de la actualidad mientras los políticos del gobierno y de la oposición hacen mutis.
Cort. El Nacional
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