Es que el mundo se le pone chiquito. Es que sabe que está demasiado joven y el 2021 demasiado lejos, que su apuesta totalitaria resultó desmedida, que su intolerancia fue cuchillo para su propio pescuezo
Por: Enrique Ochoa Antich/Tal Cual
No hay duda alguna: el tiranuelo está asustado. Y es que para su personalidad de Narciso constituye un evento desgarrador de su psiquis atormentada que el porvenir inmediato coloque por primera vez ante sí varios eventos sobre los cuales no tiene control.
Y, aún peor, que la realidad –esa terca realidad que no siempre acata órdenes– comience a poner en evidencia que, en efecto, el rey anda desnudo, que no es tan inconmensurable su poder como se creía.
¡¿Cómo es eso posible?!, gimotea en sus noches de vigilia. ¡Tanto que el comandante Tribilín (así le gusta ser llamado, según nos ha dicho) se careó de tú a tú con el imperio, tanto que habló de guerras continentales y de salvar al mundo, y he aquí que han sido el piche río Caroní y una maldita represa los que están a punto de echar por la borda su popularidad indiscutible!
¡Tanto que el pretencioso humilló con su verbo hiriente a sus adversarios y, fíjense ustedes, es él ahora el que no sabe qué hacer con esas condenadas elecciones parlamentarias que en mala hora consagró la Constitución!
"Convóquenme un revocatorio, por el amor de Dios", ruega el patético, el ridículo, lastimero. Pero el país sabe bien cuándo es que es el revocatorio: en diciembre de 2012, cuando el tirano haya pagado hasta el último plato de los que ha roto y sea calcinado en el corazón del pueblo, no antes (aunque nunca se sabe), pero tampoco después.
Y qué papelón hace ante el mundo. Hasta su congénere Correa lo pone en aprietos arreglando sus asuntos con Colombia, así que el tiranuelo decide no asistir a la cumbre de Unasur.
Ya ni si quiera manda a quienes creía mandar: si hasta los ministros ahora le renuncian, pues hasta la coronilla andan con tanto cubiche husmeando en los asuntos públicos de todos los despachos de todo el Estado, estos camaradas que se van creyendo que Venezuela es suya e insultan y patean y regañan a todo compatriota chavista que no haga las cosas como ellos dictan.
Por eso, el comandante Tribilín dispone que sus mejores esbirros, las focas del Parlamento (que, dicho sea de paso, cada día dan más pena ajena), le hagan una ley contra la libertad de conciencia de ellos mismos, los diputados (derecho consagrado, por demás, en la Constitución que él mismo pespunteó a su gusto y medida), contra el salto de talanquera ahora que le ha dado por estar tan bajita que a más de uno le provoca brincarla, y salen aquéllos presurosos y de hinojos a acatar su arbitrio.
Ley que, dicho sea de paso, es una contradicción en sus términos: o sea que si en la AN del mañana inmediato se conformara una mayoría compuesta de parlamentarios de oposición más algunos disidentes del chavismo para derogar esa ley, eso no podría hacerse, pues con arreglo a la propia ley de marras que se quiere derogar, los parlamentarios del chavismo no podrían jamás cambiar de opinión (sino con permiso del tirano). Ni Kafka habría concebido un absurdo mayor.
En sus numerosísimas comparecencias públicas, el rostro del tirano se parece cada vez más al de Nicolae Ceausescu en el balcón de la sede del Comité Central del PC rumano cuando fue abucheado por quienes por décadas fueron sus dóciles conciudadanos horas antes de ser fusilado junto a su amada Elena.
Anda atónito, atemorizado, inquieto, escamado, sobrecogido, tembloroso. No le llega la camisa a su cuerpo de adiposo tirano, se le ponen los pelos de punta a cada vuelta de esquina.
Es que el mundo se le pone chiquito. Es que se ha empeñado en no tener un día después, como el Hitler del búnker. Es que sabe que está demasiado joven y el 2021 demasiado lejos, que su apuesta totalitaria resultó desmedida, que su intolerancia fue cuchillo para su propio pescuezo, que sus más enconados enemigos lo verán correr afantasmado como un Cipriano Castro cualquiera gitaneando de aquí para allá por el Caribe, alma en pena, deplorable sombra del que alguna vez fuera. Èl lo sabe. Y la oposición no debe olvidarlo.
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