Nadie quiere terminar en el basurero de la historia. Ese lugar maloliente, indeseable, sombrío, de donde pocas veces los líderes que hasta allí descienden tienen posibilidad de regresar.
Para evitar esa cruel experiencia, los gobernantes cumplen con su tarea. Escuchan al pueblo. Atienden sus quejas. Si les dan la espalda y desvían hacia sus intereses personales las peticiones de los ciudadanos, entonces nada ni nadie podrá detener su caída.
No importa que se encadenen con un rosario de promesas o abran la billetera para comprar voluntades. Lo que dejaron de hacer en su debido momento quedará amontonado como un promontorio de desperdicios, para condenarlo de una vez al olvido.
Tomada de: TalCualDigital
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