La huelga de hambre de los enfermeros y enfermeras del sector público llega hoy a sus 37 días sin que desde los predios de la revolución socialista, pero también humanista y cristiana, según su vocero mayor, salga la más mínima señal de que existe alguna disposición aunque sea a oírlos.
Es como si fueran invisibles; como si sus padeceres y requerimientos provinieran de un sector prescindible, del cual da lo mismo que reclame o que no lo haga, porque da igual, sus voces parecen inaudibles. Sin embargo, constituyen esa parte del personal de los puestos de salud, en todas sus instancias, que mayor contacto tiene con los pacientes y con cuantos tienen necesidad de esos servicios.
Desde los modestos camilleros hasta la más especializada de las enfermeras, son ellos quienes llevan sobre sus hombros la mayor parte de las relaciones diarias y sistemáticas con los pacientes. Sin médicos, desde luego, no habría servicio, pero sin los paramédicos tampoco.
La atención médica sería inconcebible sin los unos y los otros.
Los paramédicos han tenido la increíble responsabilidad de apelar a la huelga de hambre y no a la huelga general, precisamente para no abandonar totalmente un servicio que sin ellos dejaría a los pacientas a la deriva, completamente desasistidos. Los que están sacrificando su salud, y ojalá que no sus vidas, están tan resteados porque se saben una representación de miles de sus compañeros que quisieran también protestar más activamente pero no pueden hacerlo por pura sensibilidad humana y laboral. ¿Por qué, pues, tanta sordera ante los pedimentos de los enfermeros y enfermeras? Quizás porque en el gobierno saben que no podrían ir mucho más allá de la huelga de hambre, so pena de una impensable paralización completa de los hospitales y ambulatorios públicos, que castigaría al pueblo. Por eso es tan indispensable la solidaridad con estos huelguistas heroicos. A ellos no se les puede dejar solos. Menos aún por parte de quienes son sus compañeros de trabajo en otros niveles del sector salud.
Lo que hace más infame la actitud del gobierno es que las reivindicaciones solicitadas no son irracionales. El centro es un mero aumento salarial, que eleve los misérrimos ingresos de hoy a un nivel más compatible con lo que cuesta vivir y con su propia calificación laboral. ¿El gobierno no está de acuerdo con el monto al cual aspiran los huelguistas? Pues siéntese a discutir con ellos. Ya a estas alturas del partido Chacumbele y sus sicarios deben haberse dado cuenta de que en este país los trabajadores se han tomado en serio eso de la "democracia participativa" y desean participar en la discusión de sus condiciones laborales. No quieren más imposiciones por decreto; no quieren más sindicalistas con bozales de arepas; quieren estar directamente en la mesa de negociaciones. Esta huelga de hambre de los enfermeros y enfermeras es emblemática: marca el fracaso de una política hacia los trabajadores del sector público que se pretende adelantar con los mismos criterios con los cuales se maneja un cuartel. Los trabajadores venezolanos no están dispuestos a calarse una orden de "¡Atención, firrr!" ni de "Ordene, comandante en jefe".
Es como si fueran invisibles; como si sus padeceres y requerimientos provinieran de un sector prescindible, del cual da lo mismo que reclame o que no lo haga, porque da igual, sus voces parecen inaudibles. Sin embargo, constituyen esa parte del personal de los puestos de salud, en todas sus instancias, que mayor contacto tiene con los pacientes y con cuantos tienen necesidad de esos servicios.
Desde los modestos camilleros hasta la más especializada de las enfermeras, son ellos quienes llevan sobre sus hombros la mayor parte de las relaciones diarias y sistemáticas con los pacientes. Sin médicos, desde luego, no habría servicio, pero sin los paramédicos tampoco.
La atención médica sería inconcebible sin los unos y los otros.
Los paramédicos han tenido la increíble responsabilidad de apelar a la huelga de hambre y no a la huelga general, precisamente para no abandonar totalmente un servicio que sin ellos dejaría a los pacientas a la deriva, completamente desasistidos. Los que están sacrificando su salud, y ojalá que no sus vidas, están tan resteados porque se saben una representación de miles de sus compañeros que quisieran también protestar más activamente pero no pueden hacerlo por pura sensibilidad humana y laboral. ¿Por qué, pues, tanta sordera ante los pedimentos de los enfermeros y enfermeras? Quizás porque en el gobierno saben que no podrían ir mucho más allá de la huelga de hambre, so pena de una impensable paralización completa de los hospitales y ambulatorios públicos, que castigaría al pueblo. Por eso es tan indispensable la solidaridad con estos huelguistas heroicos. A ellos no se les puede dejar solos. Menos aún por parte de quienes son sus compañeros de trabajo en otros niveles del sector salud.
Lo que hace más infame la actitud del gobierno es que las reivindicaciones solicitadas no son irracionales. El centro es un mero aumento salarial, que eleve los misérrimos ingresos de hoy a un nivel más compatible con lo que cuesta vivir y con su propia calificación laboral. ¿El gobierno no está de acuerdo con el monto al cual aspiran los huelguistas? Pues siéntese a discutir con ellos. Ya a estas alturas del partido Chacumbele y sus sicarios deben haberse dado cuenta de que en este país los trabajadores se han tomado en serio eso de la "democracia participativa" y desean participar en la discusión de sus condiciones laborales. No quieren más imposiciones por decreto; no quieren más sindicalistas con bozales de arepas; quieren estar directamente en la mesa de negociaciones. Esta huelga de hambre de los enfermeros y enfermeras es emblemática: marca el fracaso de una política hacia los trabajadores del sector público que se pretende adelantar con los mismos criterios con los cuales se maneja un cuartel. Los trabajadores venezolanos no están dispuestos a calarse una orden de "¡Atención, firrr!" ni de "Ordene, comandante en jefe".
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