Por: Laureano Márquez/TalCualDigital
Uno sabe que está en desventaja. Uno sabe que tiene las de perder, que cuando alguien que te agrede violando las leyes desde el otro lado y te dice: "bueno, si quieren vayan a los tribunales", es porque tiene la certeza de que ningún tribunal lo va a condenar mientras no haya en Venezuela justicia independiente, es decir, justicia.
Uno sabe que los organismos tributarios serán usados en contra de uno, para amedrentarlo, para asustarlo. Uno sabe que las denuncias que uno haga no serán investigadas por las instituciones del Estado. Uno sabe que lo están cazando, que las conversaciones son grabadas abiertamente y que el delito es, además, reconocido públicamente, sin que suceda nada. Uno sabe, como sabe, que los presos políticos son inocentes, que les han arrebatado todos estos años para justificar una coartada, una historia oficial; uno lo sabe. Uno sabe que lo que escribe es revisado con microscopio, que le hackean las cuentas de Twitter y le hurgan la vida para ver qué encuentran para destruir. Uno sabe que hacen cosas para que uno tire la toalla y se vaya del país. Uno sabe que si sale a manifestar, la policía estará en contra; que el sistema electoral no es imparcial; que cada vez que trate de opinar libremente, vendrá la agresión y el insulto; que lo van a acusar de agente de la CIA y del imperio... Uno sabe.
Uno sabe todo eso; uno sabe que está en desventaja y, sin embargo, uno prosigue sobre juicios, sanciones y amenazas. Se ha preguntado, amable lector, usted, que seguramente también anda en lo mismo (o no). ¿Se ha preguntado por qué? ¿No será que uno corre todos estos riesgos porque sueña con un país diferente, tolerante, con instituciones que funcionen, donde el destino de todos no dependa del capricho de un hombre, donde la riqueza esté al servicio de la gente y no para hacer millonarios de la noche a la mañana a un grupo de burócratas y aprovechadores de oficio? ¿No será que uno quiere que esta aventura de gente, sangre, dolores, tierra, playas, dulzuras y vivezas que somos se transforme, alguna vez, en la República de hombres libres con la que soñaron algunos de nuestros padres fundadores? Ameneh Bahrami es una mujer iraní a quien su ex pretendiente, Majid Mojavedi, le quemó el rostro con ácido porque ella no lo aceptaba como novio.
Esta hermosa joven, de 25 años para el momento de la agresión, quedó ciega y con la cara destruida. Inició un largo proceso para que se aplicara la "ley del talión", vigente en la patria de nuestro "querido hermano" Mahmud Ahmadineyad.
Bahrami luchaba, según ella, hasta el final y con una justicia teocráticamente machista, para que nunca más una mujer tuviese que pasar por el horror que ella vivió. Al final la joven logró que se aplicara la "ley del talión" y a pesar de que, según la ley de allá, la mujer vale sólo la mitad de un hombre, la sentencia la autorizaba a destruir los dos ojos de su agresor. Fue la primera vez que, en la historia del país, una mujer agredida con ácido lograba la aplicación de esta "ley". En el momento de la ejecución de la sentencia, en el último minuto, Ameneh Bahrami perdonó a su agresor, que estaba frente a ella en una sala de un hospital, semianestesiado, esperando recibir unas gotas que le dejarían ciego permanentemente. "No apliqué las gotas porque creo que era lo correcto", dijo calmadamente Bahrami, afirmando que era una decisión tomada en secreto por ella desde el comienzo. En otras palabras, no luchaba por la venganza, sino por la justicia; luchaba para que a otras mujeres no les sucediera algo similar, más que por ella misma.
Muchos piensan que Bahrami es una tonta por no hacerle lo mismo a quien tanto dolor le causó. Yo, sin embargo, pienso que ella es la que lleva la ventaja en esta historia, a pesar del calvario personal y judicial por el que pasó. Le quemaron el rostro, pero su alma permanece invulnerable. Pienso también que su agresor, a pesar de sus ojos sanos, nunca más podrá contemplarse en el espejo sin vergüenza.
Es la ventaja que tiene la sensatez sobre la violencia, el respeto sobre la agresión, la bondad sobre la perversión. Yo no confiaría nunca en Majid Mojavedi. Sin embargo, en las manos de Ameneh Bahrami, en la luminosidad de su visión interior, pondría, a no dudarlo, mi esperanza toda de la humanidad con la que sueño.
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