Más de 700 familias que tomaron la Torre Confinanzas luchan contra el caos y apelan a mecanismos de diálogo y concertación para regular las malas costumbres. El arquitecto Larrañaga considera que no es necesario demoler la estructura, una vez que se recupere
DANIEL PALACIOS YBARRA/TalCualDigital
Pese a los prejuicios que existen entre quienes habitan en la Torre Confinanzas, se sobrepone una comunidad organizada, vigilante de todo aquel que entre o salga en protección de sus propios vecinos.
Quienes echan un vistazo a la estructura, en la avenida Andrés Bello, bien lo saben: cualquiera no puede pasar, cual urbanización exclusiva. "Pedro", quien solicitó resguardar su verdadera identidad, explica que muchas personas suelen "mirarnos con desprecio porque vivimos aquí dentro, pero realmente podemos ser más ordenados que en cualquier otro vecindario.
Por eso siempre nos molesta que se trate de proyectar una imagen errada, pues aquí vive gente trabajadora como cualquier otra en un barrio en un lugar de clase media". El vecino comenta que en ocasiones ha sido recriminado por su lugar de residencia.
Otra de las habitantes del lugar señala que "tratamos de sacar a los vecinos que tienen malas costumbres, así como de educar a toda la comunidad con nuestra propia iglesia".
"Siempre nos reunimos en asambleas, para ver de qué forma podemos mejorar nuestra calidad de vida", acota Pedro, mientras detalla el sistema de llave magnética instalado para poder acceder al edificio.
Carmen González, acude diariamente a un kiosco aledaño a Confinanzas, "y me sorprende cómo pueden tener unas cerraduras mejores que las que tengo en mi propio edificio. Eso demuestra un nivel de organización distinto, pese a tantos problemas".
TEJIDO SOCIAL
Donde hoy habitan más de 700 famlias, pudo ser un epicentro bancario y de oficinas con capacidad para 1.500 puestos de estacionamiento, hotel y zonas comerciales. Para el arquitecto Enrique Larrañaga, "se trata de una comunidad que mantiene sus normas de convivencia, que seguramente las tenían en sus zonas de origen, donde subían quizás el equivalente a los mismos 30 pisos que pueden hacer ahora".
Acota que "por la solidez estructural del edificio, posiblemente ellos prefieran vivir ahí y no en las zonas de alto riesgo donde vivían. Además, tienen el transporte colectivo y mercado público en planta baja y el Metro a tres cuadras. Todo con una ubicación envidiable".
Larrañaga agrega que sería traumático el solo pensar en una reubicación repentina. "Decirles `tú te vas para Valles del Tuy y tú tienes casa en el eje Orinoco-Apure’ sería desmembrar un tejido social que existe, independientemente de la causa", bien por la tolerancia del Gobierno o por la incitación a invasión.
Por eso el arquitecto propone "entender qué pasa para luego hacer un diagnóstico. Cualquier idea sacada de la manga es una temeridad con respecto al edificio y a sus ocupantes". Una vez recuperada la estructura, sostiene que "no debería demolerse, porque no tiene ningún sentido, pues al menos visualmente se ve sólida y tiene una inversión. Lo que cabría pensar es cuál sería su utilidad pública más conveniente", sugirió Larrañaga.
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