No deja de ser insólito el estado de salud de las universidades autónomas nacionales, casi terminal. Presupuestos deficitarios. Sueldos míseros para su personal, especialmente desproporcionado el de los docentes
Desprecio de todos los convenios laborales que costaron décadas de tesón gremial y sindical. Y como consecuencia de lo anterior éxodo de los profesores, más del 25% del personal activo de la UCV en los últimos cuatro años; reducción del tiempo de dedicación; concursos desiertos; postgrados sin clientela; fugas al exterior; vertiginosa disminución de la investigación; paralización de servicios indispensables, desde bibliotecas a comedores. En fin, la masacre de todos los índices que posibilitan la excelencia académica.
La barbarie que acaba con la meritocracia, en un mundo en que todos los países civilizados compiten desesperadamente por multiplicar su capacidad de producir y difundir conocimiento, convencidos de que éste es la puerta mayor al desarrollo, el bien terrenal más preciado.
Pero hay muchas otras dolencias en nuestras máximas casas de estudio. El asedio a su autonomía que ha terminado por el absurdo de bloquear jurídicamente la posibilidad de elegir nuevas autoridades de cualquier nivel, lo que conduce a un especie de letargo y descomposición institucional, entidades dirigidas por una suerte de fantasmas académicos.
Y, a este mismo nivel, amenazada por una reforma de la Ley de Universidades que terminaría por derogar su imprescindible autonomía, la garantía primera del saber en libertad y que entre otras joyas pretende darle voto paritario en el claustro a estudiantes y trabajadores, verdadero bagazo populista.
A este informe siniestro hay que sumarle aquello que es, en cierta perspectiva, lo más siniestro: el terrorismo interno, las bandas de delincuentes que atentan contra sus instalaciones y sus moradores, con la mayor impunidad y seguramente con los auspicios de sectores "revolucionarios".
Apenas ayer a unos de estos criminales se les ocurrió poner un niple debajo de un banco que hirió a dos jóvenes estudiantes de la UCV. Pero ya todo esto lo sabemos todos los que tenemos algún vínculo con la educación superior.
Lo que nos interesa subrayar de verdad es el silencio, acaso los murmullos y la abulia de los universitarios ante este despojo sin nombre.
No queremos acusar a nadie pero el país no oye las respuestas de éstos a sus males que, por supuesto, afectan a la nación entera. Un paro invisible de 24 horas por aquí, un comunicado gremial o sindical que nos da noticia del último desprecio de los sicarios gubernamentales ante los cuales se ha solicitado diálogo.
La falta de alternativas que surjan de las universidades mismas, como el proyecto de una ley para el sector que se adapte a los nuevos tiempos del mundo y el país y preserve la dignidad y la libertad de éste. La falta de unidad entre las universidades, los sectores que la componen y las tribus que la habitan.
¿No está bueno ya de tanta bestialidad y tanta agresión?, ¿no hay instrumentos de lucha más contundentes para evitar la debacle final?, ¿no supo tantas veces la universidad encontrar fórmulas de lucha acertadas dentro y fuera de sus recintos para enfrentar la felonía?, ¿no es hora de hablar lo suficientemente fuerte para que no terminen de avasallarnos las botas y la ignorancia? Decimos ya, ahora.
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