Por: Fernando Rodríguez/TalCualDigital
Algo habíamos dicho al respecto, sobre todo, del coraje político de Henrique Capriles al lanzar su candidatura en un momento que lo menos que se podría decir es que era muy dilemático. Básicamente por dos razones.
El evidente estado depresivo de la oposición después de haber padecido dos derrotas electorales que, con todo lo relativas que puedan ser numéricamente, habían burlado razonables expectativas en la primera, que se extendieron hasta muy entrada la tarde del día mismo de las elecciones; y la otra que nos arrebató, ya cuesta abajo, varias importantísimas gobernaciones.
En segundo lugar, por la intensidad innegable, seguramente ampliada con muchos altavoces, del duelo chavista por la muerte del Líder Único. En ese momento, con arrojo y autenticidad loables, Capriles asumió el reto sin demasiados cálculos sobre su futuro político.
No es exagerado decir que la categórica aceptación de esa apuesta marcó un hito, levantó los ánimos asordinados de millones de venezolanos opuestos a la barbarie de este régimen. Cosa, por lo demás, que sólo él estaba en condiciones de hacer y que de haberse negado hubiese hundido la resistencia en un laberinto sin salidas.
Y a pesar de algunas voces agoreras, su campaña ha sido tan notable como la de octubre pasado. Allí están las mismas multitudes eufóricas con su infatigable presencia en pueblos y ciudades de todo el país. Tarea ahora más difícil por la precariedad del tiempo con que se cuenta (¿cuáles cerebros jurídicos concibieron en la Constituyente tan desatinada cuantificación?), cumplida sin reposo.
Pero hay más; las equivocaciones de la elección anterior, básicamente la postergación de algunos sectores aliados, fueron subsanadas en un ejemplar diálogo democrático, lo que repotencia la actual campaña y hace más amplia y fuerte la unidad.
Pero sobre todo Henrique dio con el tono apropiado del discurso para detener la agresividad de los atemorizados huérfanos que creían que sólo la desenfrenada iracundia podría esconder su mediocridad y su ignorancia, aunada a la mágica y pueril sublimación de su orfandad. Hablarles muy fuerte para hacerlos desvariar conceptualmente y sollozar por la pérdida irreparable como único camino para intentar sobrevivir. Lastimosamente, frente a una voz recia y sin vacilaciones, terrenal, propositiva y corajuda.
Tenemos un encuentro pendiente con él, merece que estemos allí.
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