Leonel tenía 12 años y un papagayo. A Leonel le encantaba que el viento llegara de repente y empujara hacia los cielos el juguete que él había construido con sus manos. Leonel estaba acostumbrado al sonido de las risas de sus amigos y de los pájaros que también daban vuelta a su alrededor cuando se internaba en el camino a volar su papagayo.
Lo que Leonel nunca pudo oír fue el estallido del disparo que le quitaría la vida en los alrededores de la prisión de Ramo Verde. La bala asesina salió del fusil del sargento Joan Manuel Villamizar, de la Guardia Bolivariana, preso y confeso. El honor era su divisa.
El niño Leonel tampoco vio la mirada satisfecha del “deber cumplido” que seguramente asomó al rostro del guardia nacional cuando comprobó que había dado en el blanco. Quizás se habría dicho el soldado para sus adentros que no era muy complicado matar a un civil y más si estaba desarmado. La orden recibida era resguardar el perímetro de la prisión.
Lo extraño es que sus jefes militares no le enseñaran que disparar es el último recurso, que primero hay que pronunciar un alto en viva y audible voz, que luego se debe disparar al aire para disuadir al intruso que ha penetrado en la zona restringida. Nada de esto ocurrió porque, precisamente, la vida de un civil no vale tanto esfuerzo.
El asesinato de este niño nos demuestra el grado de descomposición moral que padece el gobierno rojito, el derrumbe ético de unos seres que, fanatizados como están por el odio y la destrucción del resto de los venezolanos que no piensan como ellos, solo tienen como norte el desprecio de la vida humana.
No son capaces de entender las causas profundas de la corriente de protestas que recorre el país y reaccionan ante este fenómeno popular y juvenil con más odio y más metralla, acorralando sectores enteros de pueblos y ciudades con sus tanquetas y sus guardias nacionales y policías, cerrando cualquier salida pacífica y civilizada a la crisis. Todo lo contrario, lo único que les importa es reprimir, golpear, torturar y hacer prisionero a todo ser humano que transite por las calles, ya sea porque se encamina a su casa a descansar o porque una urgencia familiar lo obliga.
Mujeres, niños, ancianos, vendedores ambulantes, estudiantes, jóvenes en condición especial, todos van directo a las camionetas, jeeps y motos de las autoridades rumbo a un destino incierto. Algunos tienen la suerte de ser identificados desde lejos y se les avisa a sus familiares, otros no cuentan con tanta suerte y pasan a la lista de desaparecidos. Y tanto que se llenan la boca los comunistas hablando de desaparecidos y torturados en la década de los sesenta cuando la lucha armada, para caer hoy en la misma bestialidad policial.
Este fin de semana pasado el general Rodríguez “Tower”, como ya lo identifican por allí, se dedicó a dar falsas informaciones sobre lo ocurrido durante los allanamientos (sin orden ni autorización de la Fiscalía) llevados a cabo en el Barrio El Güire, donde fueron capturados unos 18 jóvenes por la Guardia Bolivariana. Lo más grave del asunto es que todos ellos son menores de edad, lo que obliga a un trato diferente a los que gozan de mayoría de edad, como bien lo dice la ley. Pues nada de eso, no existe el menor respeto por el ordenamiento legal pues a los militares, por algún tipo de regresión mental, se sienten como si vivieran en la época del general Pinochet.
Al tomar como si fueran prisioneros de guerra a niños y jovencitos se comete un error de graves consecuencias. El ministro de Interior, Justicia y Paz, declaró “que entre los detenidos figuraban 10 jóvenes con edades entre 12 y 15 años”. Agregó que de 5 detenidos en Chacao, 2 son menores de edad y los de Santa Fe “8 son muchachitos”.
Fuente: El Nacional
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