Por: Fernando Rodríguez/TalCual
Ya saben lo que puso, recuerden la famosa expresión del Eterno cuando el mismo Tribunal dictaminó que el 11 de abril no hubo golpe sino vacío de poder, por aquel misterio de “la cual aceptó” (No lo decimos directamente porque parece, se dice, que andamos de diálogo, y hay que ser algo comedidos en el lenguaje, no emular al Gigante sino al muy bien trajeado Aveledo).
Lo que sí no se puede dejar de decir es que el TSJ, en reñida competencia, ha resultado el más servil de los Poderes a los dictámenes de Miraflores no contamos la Defensoría del Pueblo porque es de dudosa existencia. Si hasta llegó a “teorizar” en tiempos de Luisa Estella Morales, secundada por Carlos Escarrá, que Montesquieu y su separación de poderes eran un residuo burgués y hablaron de una nueva concepción endógena de la justicia, como si la que postulaban en su ignorancia no fuese la propia de todas las tiranías que en el mundo han sido. Se podrían recordar muchas de sus hazañas, pero sería imposible en estos pocos caracteres. Al menos evoquémoslos coreando, ornados con sus pomposos hábitos, impúdicamente y a voz en cuello consignas gobierneras, símbolo suficiente de su impudicia anticonstitucional.
O a próceres suyos como Velásquez Alvaray o el inefable Aponte Aponte, entre otros. Y por último sus más recientes batallas en que masacraron la voluntad popular haciendo o avalando juicios relancinos y sin el menor respeto por el debido proceso en que se destituyó a una diputada y dos alcaldes.
Como ya ha opinado mucha gente que sabe de jurisprudencia sobre la violación de la Constitución en lo que al derecho a protestar se refiere y, de paso, torciendo la naturaleza de las policías municipales y sus funciones, no vamos a insistir en ello; recomendamos al respecto el muy completo y denso análisis de Provea. Pero sí subrayar lo brutalmente inoportuno que es haberle dado razón al saltimbanqui de Hermann Escarrá en un momento que pareciera, se dice, se está tratando de serenar el país por vías dialogantes, hasta pidiendo que los bravíos estudiantes se sienten en la mesa de paz y amor, para decirlo en cursi, a lo Maduro. Y no por las vías represivas que tan siniestros, indeseables y precarios resultados han dado. Hay que subrayar que eso de “asesino de estudiantes” no resulta muy halagüeño para gobierno alguno, es más, suena a lápida y a epitafio si uno le echa aunque sea un vistazo a la historia patria. Y lo que acaban de decidir no hace sino desafiar e incitar a los protestatarios a tener una bandera más para seguir luchando por su derecho a estar en la calle, que son del pueblo y no de la policía.
Y a los policías de alma, como el alcalde de Libertador, lo legitima en su insólito propósito de considerar su municipio como una propiedad privada donde solo pueden pisar sus conmilitones. El viernes pasado coincidió el lanzamiento de la novedosa legislación con una prohibición del sujeto en cuestión de una marcha de bioanalistas, muy reducida, muy gremialista, que tan solo querían hacerse oír sobre la casi absoluta carencia de insumos para sus labores y lo que ello puede acarrear para la salud y la vida misma de los treinta millones de venezolanos. Desgarrada petición, más justificada imposible.
Por último, hasta con el diálogo pueden dar al traste. Y aumentar los fatídicos numeritos del dolor humano que está costando esta crisis, en la cual son cada día más aberrantes las cifras económicas y por ende crecerán la protesta y la represión y sus víctimas. De que la pusieron, la pusieron.
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