Los comentarios de Maduro sobre el asesinato del mayor Eliézer Otaiza obligan a detenerse en un asunto de vital importancia para la administración de justicia. Apenas conocido el lamentable suceso y mientras la policía iniciaba averiguaciones, el mandatario se aventuró con opiniones que no solo chocaban con las primeras informaciones de los encargados de investigar el crimen.
También abrían el camino para riesgosas especulaciones cuya divulgación solo servía, como si no hubiera mal olor de sobra, para que la situación apestara del todo con el ingrediente de los detalles inconsistentes.
Estamos frente a un suceso relacionado con la desaparición física del presidente del Concejo Municipal de Caracas, es decir, de un funcionario que merece cuidadosa atención. Se supone que la circunspección y el sigilo deben prevalecer en todos los casos sometidos a investigación por los órganos del Estado, pero la lengua suelta frente a un hecho relativo a un personaje público de relevancia se convierte en una falta de suma gravedad.
Maduro no solo se ocupó de manejar hipótesis distintas a las que consideraban las detectives, sino de salpicar a quienes consideró salpicables. Habló de sicariato, mientras los sabuesos seguían la pista del hampa común que actúa en los barrios, pero después relacionó a una supuesta prensa amarillista con el homicidio perpetrado.
La policía marchaba dentro de su carril, pero Maduro sacó las aguas de cauce para llevarlas hacia una playa distante. Los detectives se atenían a los hechos que sopesaban en su averiguación, pero Maduro prefirió nadar en las aguas borrascosas de la política para convocar homicidas o autores intelectuales que convenían a una peregrina hipótesis que solo encuentra explicación cuando existe interés en enredar las cosas para sacarles provecho de mala manera.
Es lo menos que se puede pensar, si se considera que no es esta la primera violación del secreto sumarial que ha consumado el mandatario. ¿No hizo lo mismo cuando se iniciaron las pesquisas sobre los primeros caídos en las manifestaciones estudiantiles de nuestros días? Los policías apenas comenzaban entonces a estudiar las escenas del crimen y a buscar a unos posibles asesinos, cuando Maduro sorprendió a la opinión pública con un detalle insólito: las balas que dieron en los cuerpos de las dos primeras personas muertas presuntamente por los cuerpos de seguridad del Estado, salieron de la boca de una sola y única arma de fuego.
Rauda declaración, acelerado comentario, veloz carrera informática, audaz cálculo supersónico, no en balde se estaba en una etapa preliminar de análisis de los hechos y no se podían llegar hasta unos pormenores tan milimétricos.
No es asunto trivial el que ahora se comenta en una sociedad agobiada por la acción del hampa, en una situación que obliga a una actividad policial que debe ser constante y profesional. Los casos se deben llevar con la debida ponderación, con una cautela ajustada a la multiplicación de los delitos y a la solución incuestionable de cada trasgresión.
De la carencia de profesionalismo y del irrespeto de los pasos necesarios para la ejecución de investigaciones incuestionables, solo se puede esperar el incremento de las situaciones de inseguridad que han llegado a extremos de justificada alarma. El desorden, el meterse a detective sin saber nada del oficio.
El sigilo, locuaz comentarista; el secreto del sumario, ciudadano Maduro; la obligación del silencio cuando la situación lo impone, sorpresivo Sherlock Holmes; el permitir que cada quien haga el trabajo de acuerdo con su competencia. Ese es el asunto. A menos que la policía no haya comunicado la verdad sobre el asesinato de Otaiza y usted le enmiende la plana.
Fujente: El Nacional
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