Foto: maduradas.com |
También han cedido espacios en calles y avenidas donde los policías matraqueros colocan alcabalas para desplumar a los conductores y, como si fuera poco, están los grupos paramilitares que declaran como “zonas liberadas” aquellas parroquias donde ellos imponen a la fuerza su propio orden.
Los caraqueños, que a estas alturas ya están curados de espantos, estaban acostumbrados a mirar pasar por las prometidas aguas cristalinas de Jacqueline Faría todo tipo de escombros, chatarra y hasta despojos de animales, arrastrados por la corriente del Guaire. Pero esta vez no salen de su asombro ante lo que un escritor de novela negra podría titular “El misterio de los cadáveres flotantes”.
Y es que del Guaire hemos escuchado historias que van desde la de hippies que intentaban cultivar marihuana vertiendo semillas de cannabis en los inodoros de su casas para luego cosechar la hierba en sus márgenes, hasta pequeñas babas que han invadido hogares o escapado de ellos por los conductos de aguas negras.
Pero la sucesión de espeluznantes sorpresas que mantiene en ascuas a los habitantes no tiene precedentes. Primero aparecieron los cuerpos de un hombre y una mujer, presuntos habitantes de la parroquia San Juan, que, “envueltos en varias bolsas plásticas negras y atados con tiras de blue jean”, fueron localizados flotando en esa cloaca máxima que es el Guaire.
Luego apareció otro cadáver envuelto a la moda y dando tumbos entre las aguas, sin nadie que le rezara un padrenuestro. Y por los vientos que soplan, el Guaire está en trance de transformarse en cementerio fluvial, porque con el hallazgo, el pasado domingo, de otro cuerpo, se eleva a cuatro el número de muertos que, en apenas una semana, las autoridades han encontrado flotando en sus pantanosas y mal olientes aguas, las mismas que la señora Faría, iba a sanear para que los caraqueños nadaran, pescaran y hasta navegaran en ellas.
Absurda y demagógica promesa sin asidero en la realidad, pues el Guaire sigue siendo un pestífero y abominable cenagal y vertedero de toda suerte de desechos, representando una grave y permanente amenaza para la salubridad pública.
Hay que llamar la atención no sólo sobre la recurrencia de esos macabros descubrimientos, sino en torno a las diligencias que debiesen estar en curso para identificar a los muertos y establecer responsabilidades.
Proliferan las hipótesis al respecto. Se dice, por ejemplo, que se trata de indigentes fallecidos a manos de pandillas armadas. De igual manera hay quienes, sin pruebas valederas pero con nada descabelladas sospechas (algunos cadáveres presentaban un tiro en la nuca), adelantan que se trata de desaparecidos que sucumbieron a los excesos cometidos por cuerpos policiales y parapoliciales. No olvidemos que los dos ciclistas asesinados en el Ávila también presentaron tiros en la nuca y eso sólo sucede en la guerra y no en un asalto.
En todo caso, además de un enigma que debe ser develado con presteza, hay la necesidad de establecer algún tipo de vigilancia y patrullaje en sus riveras porque el Guaire, sin la importancia que tiene el Támesis para los londinenses (hoy con sus aguas limpias y recuperadas, gracias al trabajo de un gobierno serio y no de una revolución mentirosa), representa parte de nuestro paisaje urbano.
Fuente: El Nacional
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