JEAN MANINAT | EL UNIVERSAL
La unión de las fuerzas opositoras llega a su procesión de quince años con una pierna de los pantalones larga y la otra corta. Que cada quien escoja cuál es cuál. La posibilidad de que, finalmente, se dé un diálogo cierto con el Gobierno, ha sido impulsada por varios actores internacionales que van desde el Papa hasta Unasur; de la Unión Europea hasta el gobierno del presidente Obama: todos han recomendado a las partes en conflicto en Venezuela sentarse a conversar con o sin testigos independientes.
(De la OEA no hablemos, pues su propio Secretario General ha confesado en numerosas ocasiones la incapacidad de la organización para actuar en Venezuela, a pesar de lo grave que sea la situación. Al fin y al cabo, el continente se ha ido acostumbrando a no echarla de menos; como los televidentes de hoy en día no extrañan los televisores grandes y aparatosos que tanto espacio ocupaban y tan pobres imágenes emitían antaño).
El rifirrafe que se ha armado, con apenas evocar la posibilidad de un eventual diálogo con el Gobierno, es muestra de que un sector de la dirección opositora exacerbada sigue -como Hamlet- a la búsqueda de su propio personaje. Si el Gobierno acepta el diálogo, seguramente forzado por sus pares de Unasur y otras latitudes, y la trágica situación que está viviendo el país; entonces se argumenta que es un intento de estabilizar a un régimen que no aguanta ya ni el roce de una piedra aguerrida para desplomarse. Si ni Unasur, ni la Celac, ni la Unión Europea, ni Obama... ni nadie, estimula un diálogo, entonces se dice que son todos unos chulos, vendidos, indolentes, etc., etc. No gusta ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario. Lo que está a la vista es que en la dirección actual opositora, y en sus bases, conviven ópticas encontradas. Hay que admitirlo con sinceridad y que cada quien asuma su posición y la explique. Si alguna lección nos han dejado los constructores de nuestra vapuleada democracia es que supieron trazar a tiempo la "rayita" de sus diferencias, y la gente sacó sus conclusiones para actuar en consecuencia.
¿Con quién si no con el actual gobierno se va a discutir para salir de la situación en la que estamos? ¿Hay otro que no sea el reinante, abrumado por sus propios desaciertos económicos y su vocación represiva? ¿O la condición de todo diálogo posible es que bote tierrita y no juegue más? Esto último supone la negación de lo que el régimen -en su versión primogénita y en la hereditaria- siempre ha evitado: reconocer las calamidades que ha creado. Sentarse a dialogar, como paso previo a una negociación, no es garantía de un triunfo total, más bien el avance parcial de los objetivos finales. Esa ha sido la enseñaza del sindicalismo democrático; de las luchas sociales y políticas que desembocaron en la creación de partidos con apoyo popular: socialdemócratas y socialcristianos, liberales y conservadores, sustentados en la defensa de la libertad y la democracia. En su momento fueron aplastados por el fascismo y el comunismo, empeñados en forzar el curso de los acontecimientos para llevar a cabo su particular versión del "hombre nuevo". En nuestro país, fueron mermados por la intoxicación de la antipolítica con la que tantas almas buenas pretendieron calcinar las insuficiencias de una democracia labrada a pulso, y generosa con sus sepultureros en ciernes.
Los diferendos concretos que exigen un diálogo, hoy en día, no pueden ser los obstáculos para llevarlo a cabo. "Este es mi pliego de peticiones, me siento a discutirlo una vez que hayan aceptado todos sus puntos". Cada logro es un triunfo: la libertad de todos los presos políticos, por supuesto; la separación real de los poderes, más que necesario; la redirección de la política económica, es evidente; acabar con la inseguridad, es un clamor multicolor. El problema es cómo se labra la discusión para que tenga resultados efectivos.
¿Qué merecen los estudiantes y su costoso esfuerzo? ¿Están dispuestos a seguir protestando pacíficamente, y al mismo tiempo discutir frente a Dios y al diablo sus propuestas? Ya ellos han asomado la respuesta.
Los otros, los que no quieren diálogo ni salidas políticas en las actuales circunstancias, quienes desaniman descalificando a la MUD y a Capriles, mientras arman sus álbumes de barajitas con las fotos de los muchachos agredidos y mancillados, seguirán sosteniendo su diálogo rápido y furioso... con sus propios ombligos.
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