Afuera en Caracas, la tarde de este jueves, los estudiantes tal como lo habían anunciado comenzaron a las 5,30 pm la ruta de la “Marcha de la Luz” que manifestaba por el futuro perdido.
Adentro, en Miraflores, comenzaba con tres horas de retraso (no explicado) la reunión exploratoria, para ver si entre el gobierno y la Mesa de la Unidad Democrática existen las condiciones necesarias para sentarse a dialogar.
Dialogo que debería hacer nuevamente posible en el país, la convivencia ciudadana y la gobernabilidad en Venezuela. Un encuentro entre los 11 del gobierno y los 11 de la oposición que estuvo acompañado por una comisión de cuatro cancilleres de Unasur y el Nuncio Apostólico, Aldo Giordano, y transmitido por cadena nacional de radio y televisión.
Un paso al que se llega en un escenario de violencia del Estado contra una parte de la población que se resiste a un proyecto de país, denominado socialismo del siglo XXI. Un paso que se da en un entorno de escepticismo sobre los eventuales resultados positivos que supondrá para los venezolanos, desconfianza entre las partes y renuencia a ser acompañado por los estudiantes, algunos líderes políticos y los ciudadanos que han sido agredidos y violentados sistemáticamente en estos dos últimos meses.
Definitivamente, fue un paso que cobró notoriedad informativa nacional e internacional, debido a que, como afirmó la cabeza de la MUD, Ramón Guillermo Aveledo, en Venezuela “desde hace 15 años los factores políticos no conversan y porque el pluralismo no es respetado”, a pesar de que son millones los que “respaldan otra manera distinta de ver el país”. Es en esa notoriedad que despertó la reunión, en el hecho de que requiriera de la presencia de representantes de Unasur y de la Iglesia Católica, indicativos ciertos de que algo no anda bien en el país. En un país en normalidad legal y política el encuentro de la diversidad de factores políticos tiene su foro natural en el Parlamento. En Venezuela ese Parlamento, impone silencio, agrede, expulsa, inhabilita y reduce al contrario a voluntad de una bancada mayoritaria lograda a fuerza de manipulaciones legales.
Otros aspectos de forma, también hablan de las desigualdades, hegemonías y exclusiones que se arrastran desde hace 15 años: 1) Que la reunión exploratoria para abrir el diálogo se realizara en Miraflores, el fortín del gobierno. Lo lógico y equitativo hubiera sido que se efectuara en un sitio imparcial, tal vez como la sede del Episcopado, o de la OEA. 2) Que se le diera a Nicolás Maduro, cabeza del sector oficial en conflicto, una hora y 30 minutos para intervenir, mientras que a la cabeza del sector opositor apenas se le diera solo 17 minutos. 3) Que el moderador fuese un funcionario del gobierno, y no un tercero independiente, que se abstuviera de comentarios (mal) intencionados cada vez que se refería a un participante del contendor.
En fin, la reunión se dio.
El sector oficialista dejó ver sus costuras: Están congelados por el resentimiento hacia el pasado. Buscan parar las protestas, que no han podido doblegar en dos meses de abusiva represión y persecución, ya que no entienden que ellas son la consecuencia, y no la causa, de años de un rumbo de país equivocado. Y adelantaron posición: No ceden, la revolución sigue inamovible, no habrá desarme de sus acompañantes violentos dado la solidaridad automática que expresó hacia “sus colectivos” el propio Maduro, y la población seguirá en penurias, pues según Maduro ¡hambre no hay!
Los planteamientos razonados del grupo de los 11 opositores pudieron ser escuchados por millones de tele y radio audiencia, algo inusual en estos tiempos de hegemonía comunicacional. De manera centrada y muy organizada centraron los temas a poner en la mesa de diálogo: Respeto a la Constitución, división de poderes públicos, Ley de Amnistía, inseguridad y rectificación de medidas económicas fracasadas que trajeron inflación y escasez. Y que en la calle sigue la protesta, legítima y no violenta, porque instituciones válidas y creíbles no hay.
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