viernes, 4 de marzo de 2011

200 años no es nada


Laureano Márquez/TalCualDigital
El miércoles de esta semana se cumplieron doscientos años de la instalación del primer Congreso venezolano. En cualquier país donde las instituciones civiles tengan fuerza y trascendencia, la fecha habría estado acompañada de una magna celebración. Pero nosotros sólo celebramos guerras, golpes y revueltas, con razón decía Bolívar que "Venezuela es un cuartel".


Pasó por debajo de la mesa la instalación del Congreso que nos dio la Independencia y donde Venezuela dio sus primeros pasos.

Algunos con mucho tino. Por ejemplo, el Congreso de 1811 decidió que el Poder Ejecutivo estaría en manos de un triunvirato, esto es, tres personas que se turnaban semanalmente en la presidencia. ¡Es lo máximo!, como dirían los chamos. Ustedes se imaginan tener un presidente semanal: ¿Cómo le echas la culpa al gobierno anterior si en la cuarta semana tú serás tu propio gobierno anterior?; una presidencia semanal es una excelente idea para un país sin continuidad administrativa; un gobierno que dure una semana no te permite siete horas de cadenas diarias, porque se te va el período en hablar (aunque pensándolo bien, igual se te pueden ir 12 años en eso).
Así sería el temor que te nían los primeros legisladores a la tiranía, para llegar a dividir tan exageradamente el poder. ¿Será que avizoraban algo?, ¿qué dirían hoy del docenio? En ese Congreso se votó la Independencia. Sólo una persona se opuso: el presbítero Maya, quien, a pesar de ser diputado por La Grita, habló sereno.

Sus argumentos eran que sus electores no lo habían facultado para tomar tal decisión, sino para ver cómo se conservaban los derechos de Fernando VII, cuya protección habían jurado todos. Maya insistía en honrar el juramento, cosa que sólo él hizo al final.

Allí se inicia la tradición de que los juramentos en el Congreso no son cosa de fiar y que las fidelidades en Venezuela son relativas, que el salto de talanquera tiene historia y abolengo.

Sin embargo, al diputado Maya nadie lo mandó al carajo ni a callar. Nadie lo insultó, no lo ofendieron desde las barras, ni lo estaban esperando afuera para caerle a golpes.

Este primer Congreso decretó la soberanía popular "imprescriptible, inenajenable e indivisible", no eran afectos pues a leyes habilitantes. Decretó también que la ley y la virtud serían las normas de la vida ciudadana, quizá por eso aparecen en la primera estrofa de nuestro himno, que se asemeja más bien a un inventario de todo lo que nos falta. Este miércoles era como una fecha propicia para sacar cuentas de cuán distantes estamos del proyecto original que concibió el grupo de personas que suelen llamarse los "padres fundadores". Ellos afirmaron que la felicidad común era el objeto de la sociedad. Parece que el debate continúa. Señores diputados, se reinicia la sesión. El derecho de palabra está abierto, al fin y al cabo, para nosotros 200 años no es nada.

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