Es bastante trágico todo el asunto. Ancianos que no quieren dejar este mundo sin reparar un error inconmensurable, reiterado durante medio siglo y que, a todas luces, no debería tener perdón de los dioses. Para empezar no hay tiempo para ellos, se necesitarán otras décadas para volver a Cuba a la carretera pavimentada de la historia. O sea muerte (y sin absolución de la Historia, Infierno). Pero, como si fuese poco, el imposible "venceremos", mirar florecer los malls y las hamburguesas, implicaría la destrucción de pensamientos y acciones tan adheridos a sus pieles y su pasado como el verde oliva o la máscara marxista-leninista.
De todos modos hay algo de hidalguía enlodada en el gesto de esos condenados a todas las muertes. Y de culpa en muchos de nosotros, cómplices ocasionales cegados por la historia.
Mil manos, de mil delegados, aprobaron el proyecto de Raúl en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, el primero en catorce años, a pesar de ser "la fuerza dirigente superior de la sociedad", constitucionalmente dicho. El plato de las reformas económicas venía ya confeccionado y aderezado con los denuestos, muy duros y genéricos esta vez, para aquellos que patalean todavía, en la ocasión los comunistas fervorosos, válgame Dios.
Nada novedoso en estilos y maneras, pues. Hay pocas reformas políticas, eso está al final del proyecto, para cuando ya se hayan ido los últimos históricos, pero hay una muy significativa: la supresión de la reelección indefinida, sólo dos períodos continuos (a lo chino o a lo gringo) para que no haya otro medio siglo, para que los jóvenes todavía sin rostro, los hijos que no engendraron ("no hay jóvenes debidamente preparados"), tengan un día las palabras del futuro. No deja de ser terrible, dicho sea de paso, para Chávez y su ya golpeado proyecto gadafiano. Igualmente ahí están las etiquetas pudorosas: actualización del modelo y preservación del socialismo, sobre todo. Para lo cual hay que imponer un capitalismo muy primitivo cuyas características sólo apuntamos porque ya son harto conocidas: centenares de miles de trabajadores al nuevo espacio privado, reducción y descentralización del Estado, alejamiento de éste y el partido, vivas a los curas, crédito a los minicapitalistas, compra y venta libres de todos los bienes personales, privatización de tierras estatales ociosas, reconocimiento de todo tipo de propiedad productiva, impuestos, disciplina laboral, desaparición paulatina de los subsidios, para empezar la tarjeta, emblema de la igualdad socialista. Un paquete económico colosal, entonces. Lo suficiente para dar por terminado el marxismo-leninismo, la abominable herencia soviética. Claro que una cosa es esta primera piedra y otra que el dispositivo funcione en una economía cuadrapléjica. Seguramente habrá que hacer grandes transfusiones de capitales foráneos.
Pero llaman también la atención otras dos cosas. Ninguna desmesura con el imperialismo, relaciones respetuosas y reciprocidad. Y quizás la que podría ser síntesis última o premisa mayor: la sustitución del igualitarismo por la igualdad de derechos y oportunidades, hablamos de salarios jerarquizados y sin techo. Igualdad de oportunidades y no de resultados, como dicen los neoliberales.
De todos modos hay algo de hidalguía enlodada en el gesto de esos condenados a todas las muertes. Y de culpa en muchos de nosotros, cómplices ocasionales cegados por la historia.
Mil manos, de mil delegados, aprobaron el proyecto de Raúl en el VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, el primero en catorce años, a pesar de ser "la fuerza dirigente superior de la sociedad", constitucionalmente dicho. El plato de las reformas económicas venía ya confeccionado y aderezado con los denuestos, muy duros y genéricos esta vez, para aquellos que patalean todavía, en la ocasión los comunistas fervorosos, válgame Dios.
Nada novedoso en estilos y maneras, pues. Hay pocas reformas políticas, eso está al final del proyecto, para cuando ya se hayan ido los últimos históricos, pero hay una muy significativa: la supresión de la reelección indefinida, sólo dos períodos continuos (a lo chino o a lo gringo) para que no haya otro medio siglo, para que los jóvenes todavía sin rostro, los hijos que no engendraron ("no hay jóvenes debidamente preparados"), tengan un día las palabras del futuro. No deja de ser terrible, dicho sea de paso, para Chávez y su ya golpeado proyecto gadafiano. Igualmente ahí están las etiquetas pudorosas: actualización del modelo y preservación del socialismo, sobre todo. Para lo cual hay que imponer un capitalismo muy primitivo cuyas características sólo apuntamos porque ya son harto conocidas: centenares de miles de trabajadores al nuevo espacio privado, reducción y descentralización del Estado, alejamiento de éste y el partido, vivas a los curas, crédito a los minicapitalistas, compra y venta libres de todos los bienes personales, privatización de tierras estatales ociosas, reconocimiento de todo tipo de propiedad productiva, impuestos, disciplina laboral, desaparición paulatina de los subsidios, para empezar la tarjeta, emblema de la igualdad socialista. Un paquete económico colosal, entonces. Lo suficiente para dar por terminado el marxismo-leninismo, la abominable herencia soviética. Claro que una cosa es esta primera piedra y otra que el dispositivo funcione en una economía cuadrapléjica. Seguramente habrá que hacer grandes transfusiones de capitales foráneos.
Pero llaman también la atención otras dos cosas. Ninguna desmesura con el imperialismo, relaciones respetuosas y reciprocidad. Y quizás la que podría ser síntesis última o premisa mayor: la sustitución del igualitarismo por la igualdad de derechos y oportunidades, hablamos de salarios jerarquizados y sin techo. Igualdad de oportunidades y no de resultados, como dicen los neoliberales.
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