Fernado Roríguez |
Muchos creyeron que era mentira, bravu- conadas, alteraciones psíquicas momentáneas... esas cosas que se le ocurren de repente a Chacu y se le olvidan con la misma instantaneidad, como el Consejo de Estado, la guardería en La Casona o el turismo en el Guaire... pero no, ayer supimos que es verdad, que nos salimos de la Convención Interamericana de Derechos Humanos y por ende de la Corte Interamericana, su brazo jurídico ejecutor.
Por lo visto, dice Liliana Ortega, no está muy claro de dónde ni cómo nos salimos, seguramente de la Corte pero no de la propia Comisión Interamericana porque ello implicaría negar nuestra adhesión a la OEA y sus tratados fundamentales.
Además, todavía estaremos un año atados al ente, una suerte de preaviso, y con posterioridad tendremos que seguir rindiendo cuentas de nuestros desafueros ante el organismo que reúne a los países de toda América. Es cosa de mucha importancia, aunque lo sea de manera simbólica.
Porque en la práctica de las diecisiete sentencias que nos han encasquetado no se le ha dado curso a ninguna, ni siquiera a la del Caracazo, muy de la conveniencia oficialista porque, como se sabe, ese sacudón fue el detonante que dio lugar al golpe del 92 y, por tanto, al recomienzo de nuestra historia patria gloriosa.
Decimos que es trascendente a no ser porque somos el único país de la OEA que queda fuera de la Convención y la Corte, superando incluso a la bazofia de Fujimori, que si bien se retiró de la Corte no lo hizo de la Convención. Lo que nos coloca en un sitio bastante desairado.
Además, sin duda semejante barrabasada contraría la Constitución nacional, que señala explícitamente que los derechos humanos son "progresivos", lo que implica que nada ni nadie puede mermar los instrumentos e instituciones que velan por su plena vigencia.
Las reacciones no se han hecho esperar, tanto de los militantes de las ONG nacionales, de los expertos en Derecho Internacional, de la propia Comisión Interamericana y, nada menos, de manera muy categórica, de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos que ve en el retiro un franco retroceso en la lucha universal por los derechos del hombre.
Uno debe preguntarse por qué a escasos días de las elecciones se produce esta medida, largamente anunciada y postergada y cuando Chávez anda mezclando sus rabietas histéricas con su disfraz de cordero donde caben ricachones nacionales, el bueno de Obama y sus deseos fervientes por que los venezolanos nos amemos los unos a los otros, después de que él gane abrumadoramente.
Los más perspicaces llegan a ver hasta un intento de liberarse de ataduras para cuando haya que hacer cualquier tropelía en las elecciones venideras. Quién quita.
Pero de lo que sí estamos seguros es de que esta medida expresa de manera meridiana lo que es una ley sin excepciones: el odio de los autócratas por todos aquellos que les señalan sus atropellos y crímenes, infórmese al respecto del vía crucis de los valientes luchadores por los derechos ciudadanos durante este interminable régimen.
Y recuerde los enfrentamientos con todos aquellos organismos internacionales que han tratado de hacer algo en un país donde parlamentarios y jueces son una recua de mansos borregos, con una que otra salvedad.
Y mire más allá de la frontera lo que sucede con los amigazos chinos, rusos, iraníes y otros, lobos del mismo pelaje. Pero no olvide que el 7 de octubre deberíamos estar en otro país, lo cual arreglaría el problema de la manera más simple.
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