Por: Teodoro Petkoff/TalCual
Por tercera vez en el curso de medio siglo de lucha armada en Colombia, el Estado de una parte, y las FARC de otra, parecen dispuestos a intentar un nuevo esfuerzo que conduzca a la paz y saque a Colombia de esa larga pesadilla que agobia a su pueblo.
Dos veces, una durante el gobierno de Belisario Betancur y otra durante el de Andrés Pastrana, gobierno y guerrilleros se sentaron a hablar, pero ambas experiencias, por distintas razones, fracasaron. Esta vez todo indica que se ha abierto una ventana de oportunidades un poco más ancha que en el pasado y tal vez el éxito no sea tan elusivo como hasta ahora.
Desear que todo salga bien es lo menos que se puede hacer, sin incurrir en un optimismo cuyas bases de sustento por ahora son tan frágiles como siempre. Este es un conflicto áspero y duro, con un océano de sangre entre los contendores y si existe en el mundo una guerra de muy difícil solución pacífica y negociada es la colombiana.
Hoy, sin embargo, unas débiles luces se divisan al fondo del túnel. Los factores de parte y parte que en Colombia han abogado hasta ahora por una solución militar parecen haber comprendido que esta es prácticamente imposible, como lo demuestra la experiencia de medio siglo.
De modo que tanto el gobierno de Santos como las FARC no enfrentan hoy las resistencias que podríamos calificar de "sociales" que anteriormente dieron al traste con los esfuerzos negociadores. Salvo la mezquina e incomprensible actitud de Uribe contra Santos y su política, el Presidente no está sometido al tipo de presiones que anteriormente, liquidaron físicamente a la Unión Patriótica (surgida de los acuerdos entre Betancur y las FARC, en un esfuerzo por abrir un espacio político a la guerrilla), asesinando a más de 3 mil de sus dirigentes que asumieron el riesgo de la lucha legal. Tampoco existe la presión del paramilitarismo.
El abandono de la lucha armada por los "paracos" demuestra que la ultraderecha que los amamantó ya no considera viable ese camino. Por el otro lado, las FARC, que están lejos de estar destruidas, también parecen haber llegado a la conclusión, sin embargo, de que la etapa en que el Estado colombiano era casi impotente frente a ellas, terminó.
Las Fuerzas Armadas de Colombia han logrado la ventaja en el terreno militar y si bien un ejército guerrillero de 8 a 10 mil combatientes, dispersos en pequeños grupos, puede resistir mucho tiempo, deviene sin embargo en una suerte de guerrilla crónica, políticamente vencida y sin capacidad de recuperar la iniciativa en ese terreno y tampoco en el militar.
Las FARC parecen estar ya concientes de ello y esa, seguramente, ha sido una motivación importante para dar el paso de sentarse a negociar, y esta vez con un talante que visto de lejos luce como serio y sin cartas bajo la manga. Porque Colombia es distinta a la de los tiempos de Betancur y Pastrana.
La responsabilidad de un fracaso, en esta oportunidad, recaería muy probablemente sobre los guerrilleros, privándolos del poco oxígeno político que les queda.
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