El vicepresidente, Nicolás Maduro, ha cambiando su discurso desde hace días. Primero agredía y ahora trata de conciliar. Reconocer lo anterior, evitar el uso de dichos calificativos, así como resaltar que sectores importantes del país no se guían por el odio, sería un avance para poder enfrentar con éxito unos tiempos que parece serán duros, difíciles y complejos
SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
Para el momento de escribir esta minicrónica han sido dos las oportunidades en las que el vicepresidente Nicolás Maduro se ha dirigido a los venezolanos para informar sobre el tratamiento de la enfermedad que aqueja al presidente Hugo Chávez. En la primera afirmó que la operación resultó exitosa.
En la segunda aseguró que la intervención había sido compleja, dura y difícil y que el postoperatorio tendría las mismas características. Ambas apariciones tuvieron una segunda parte que no fue igual aunque el tema que tratara era el mismo. Pidió el cese del odio hacia el jefe del Estado. El martes no hizo distingos a la hora de señalar a aquellos que supuestamente odiaban a su comandante.
Englobó y agredió a todos los que no simpatizan con el proceso bolivariano. El miércoles el tono fue otro. Señaló que quienes tenían esas "campañas de odio" eran un sector minoritario y extendió su mano a la oposición que había expresado palabras de solidaridad para con el Presidente de la República. El cambio para algunos puede ser insuficiente, pero es importante.
Esperamos que no se quede en un simple gesto. No dudamos que existan sectores minoritarios entre los venezolanos que hayan manifestado odio hacia el comandante presidente, no los justificamos.
Sin embargo, creemos que Maduro debería hacer un ejercicio de contrición. Aunque él en lo personal no sea uno de los más agresivos de la dirigencia chavista, no está de más recordarle que su líder, a quien sigue sin equívocos según ha manifestado, fue el promotor de la división entre los venezolanos.
Fue su jefe quien bautizó a los que no lo apoyaban como escuálidos, apátridas, cochinos, basura, vendepatrias, pitiyanquis, majunches. Esos epítetos han sido empleados con profusión durante estos casi catorce años. Reconocer lo anterior, evitar el uso de dichos calificativos, así como resaltar que sectores importantes del país no se guían por el odio, sería un avance para poder enfrentar con éxito unos tiempos que parece serán duros, difíciles y complejos.
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