El capitán Vielma Mora da declaraciones sobre la salud del presidente que luego otros contradicen. ¿Quién tiene la culpa de esta declaradera y contradeclaradera? Pues los mismos próceres del gobierno y el PSUV. Estando tan ayunos como el resto de los venezolanos de toda información confiable, se sienten obligados, para no quedarse callados, a inventar cualquier fantasía
SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
En el torneo de hablar por hablar, sólo para que el jefe tome nota de que sus fieles servidores están al pie del cañón, tal vez sea difícil superar el ejercicio de clarividencia protagonizado por Vielma Mora.
Nuestro capitán habló con tanta seguridad que, de no saberse que está en el Táchira, cualquiera habría creído que recibió a Chávez al pie de la escalerilla del avión que llegó de La Habana. Dijo, desde aquellas lejanías, que “el Presidente está robusto, sano y está saludable, llegó caminando y se desplaza por sus propios medios”. Aristóbulo, desmintiendo involuntariamente al gobernador del Táchira, dijo que Chávez se juramentará “cuando esté bueno y sano”, lo cual implica que no lo está, de modo que la “visión” de Vielma Mora no luce plausible.
¿Quién tiene la culpa de esta declaradera y contradeclaradera? Pues los mismos próceres del gobierno y el PSUV. Estando tan ayunos como el resto de los venezolanos de toda información confiable, se sienten obligados, para no quedarse callados, a inventar cualquier fantasía. El de la enfermedad de Chávez y el modo como ha sido manejada no tiene precedentes en ninguna época ni país del mundo.
Ni faraones egipcios, ni emperadores romanos o reyes absolutistas, por no hablar de mandatarios democráticamente elegidos, cubrían o cubren sus males y desventuras con tanto misterio y secreto. La enfermedad de un hombre público es asunto de interés de sus conciudadanos.
Informar sobre ella es asunto de política porque se trata de una cuestión esencialmente política, sin hacer caso omiso, desde luego, de los aspectos humanos que obligan a la prudencia y discreción.
Pero estos no deben confundirse ni con la mentira ni con la desinformación ni con la falsificación de los hechos, y mucho menos con el aprovechamiento, que luce obsceno, de la enfermedad para jalar la brasa hacia la sardina de los intereses politiqueros no tanto del enfermo como de sus causahabientes.
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