El anuncio de la creación de las milicias obreras, para lo cual Maduro señaló la meta de dos millones de trabajadores "en armas", forma parte del movimiento pendular
RAFAEL UZCÁTEGUI/TalCualDigital
De nuevo, el gobierno bolivariano insiste en su intento de militarizar las mentes y cuerpos de los venezolanos y venezolanas en su afán de estatizar todas las dimensiones de la vida cotidiana de la población.
El anuncio de la creación de las milicias obreras, para lo cual Maduro señaló la meta de dos millones de trabajadores "en armas", forma parte del movimiento pendular ya anunciado con el artículo que obligaba la formación de los "cuerpos de combatientes" en las empresas públicas y privadas.
No ha sido casualidad que ambas iniciativas hayan comenzado a materializarse en el estado Bolívar, donde la depauperización de las condiciones laborales de las empresas básicas, así como la criminalización de los pocos dirigentes sindicales honestos y combativos, es la norma.
El gobierno intenta que la presencia de unidades militarizadas en las unidades productivas, y en el espacio público con el plan "Patria Segura", sea un disuasivo para cualquier manifestación que desborde los diques institucionales del oficialismo.
A esta propuesta se han unido algunos falsos críticos del cha-vismo tras las elecciones del pasado abril, quienes ante el diagnóstico de una nueva arremetida de una supuesta nueva- conspiración internacional, han convocado a su militancia a la formación de milicias "para enfrentar al fascismo".
No hay manera, honestamente, en considerar a las Fuerzas Armadas como un dispositivo revolucionario.
Su nacionalismo xenófobo, su culto a la obediencia ciega a las jerarquías, la violencia como forma privilegiada de resolver los conflictos, su machismo homofóbico, la uniformización del pensamiento que exige su espíritu de cuerpo es, pese a cualquier discurso pirotécnico, garantías para el mantenimiento de privilegios y status.
Todas las fuerzas actuales que bregan por un cambio real en el mundo tienen al modelo del Ejército nacional como un antagonista, un mal recuerdo de tiempos pasados. La militarización laboral esta prohibiendo, por la vía de los hechos, el derecho a la huelga, una de las conquistas más preciadas del sindicalismo a lo largo de su historia.
La estrategia es enfrentar a los trabajadores entre sí, mediante la promoción de esquiroles uniformados en aquellos sitios donde el cumplimiento de la Ley del Trabajo sea un chiste.
El gobierno sabe que no puede cumplir sus promesas de acabar con la flexibilización de las condiciones de trabajo, por lo que promueve como respuesta la delación institucionalizada y el sindicalismo amarillo.
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