La realidad no es como muchos la describen: "es que en Venezuela nadie protesta, aquí todo el mundo aguanta callao". Vaya falacia. Basta salir a la calle para darse cuenta que, muy al contrario, las calles de las distintas ciudades son un hervidero
SIMÓN BOCCANEGRA/TalCualDigital
Cuando las noticias internacionales se inundan de imágenes y relatos de las manifestaciones masivas en Egipto, que incluso tumbaron un gobierno, y en Brasil, donde las autoridades debieron dar marcha atrás en varias medidas y sentarse a dialogar, a más de uno se le hace agua la boca pensando en por qué en Venezuela tal escenario no termina de ocurrir.
Nos referimos al segundo, claro, al brasileño, al más cercano, al del país de Lula. Por si acaso van a decir que desde este pequeño espacio llamamos a tumbar gobiernos.
La realidad no es como muchos la describen: "es que en Venezuela nadie protesta, aquí todo el mundo aguanta callao". Vaya falacia. Basta salir a la calle para darse cuenta que, muy al contrario, las calles de las distintas ciudades son un hervidero.
Las universidades son el ejemplo más claro en este momento, pero cuántas manifestaciones de médicos, trabajadores y hasta damnificados no hay a diario.
El Observatorio Venezolano de Conflictividad Social ha dicho que cada día se producen más de 30 protestas. Entonces el problema no es la falta de voces que estén hartas. El problema es otro: la falta de solidaridad, de empatía.
Basta que una protesta se le ocurra trancar una calle para encontrarse a muchos quejándose porque no pueden circular, porque hay mucha cola, o porque pueden llegar tarde a algún sitio.
Pero en Brasil nadie se quejaba de eso. En Egipto tampoco. Lo que hace falta en Venezuela es que el tejido social completo reaccione a la protesta, la asuma y la haga masiva.
Se trata de cuántos protestan no de cuántas protestas hay. Se trata de escuchar que una protesta está en desarrollo y activarse, sumarse, compartir la lucha, el ideal, la queja.
Cuando la sociedad entienda eso, ya no veremos a Brasil con envidia ciudadana, sino como el espejo de una primavera latinoamericana en desarrollo que se le para firme al militarismo, a la autocracia y al mal gobierno.
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