Foto cort., de yoyopress |
Maduro anunciaba, no con bombos y platillos, sino más bien entre bombas y peinillas, el lanzamiento de la “tarjeta de abastecimiento seguro”, inspirada, según sus promotores, en las tarjetas de fidelidad que otorgan las cadenas de supermercado para premiar la lealtad y constancia del consumidor.
Si esto fuese así no tendría nada de particular: se trataría de una promoción mediante la cual Mercal, Pedeval o el Bicentenario intentarían aumentar sus ventas y multiplicar su clientela, una estrategia comercial válida dentro del competitivo sistema capitalista, pero que es una auténtica aberración en sociedades colectivistas como la que busca impulsar en Venezuela el PSUV y sus jefes cubanos.
La verdad es que se trata de la versión nacional de la libreta de racionamiento cubana, mediante la cual, y a través del perverso sistema de compras programadas, las autoridades monitorean el comportamiento de los compradores y así suministrarles únicamente lo que creen adecuado y suficiente para su manutención y la de su familia.
Enmarcada en la misión alimentación, esta iniciativa es, además, un parapeto proselitista que busca granjearse la simpatía de quienes ya están hasta los tequeteques de emprender interminables peregrinaciones por abastos y supermercados en busca de alimentos que cada vez escasean más, o de hacer largas colas para que les entreguen un miserable paquete de harina pan, una botella de aceite o un rollo de papel higiénico chino reciclado.
La novedosa tarjeta de racionamiento no es más que un bozal electrónico de arepas, con chips y banda magnética. Con estas arepas electrónicas el señor Maduro busca un segundo aire para un gobierno al cual ya le tiemblan las piernas. Casi dos tercios de la población rechazan al mandatario y quieren cambiarlo.
Este Nicobozal tiene además un clarísimo objetivo: mantener al día una base de datos de las personas susceptibles de ser nariceadas para actos públicos y mesas electorales; un retorcido mecanismo de espionaje y vigilancia -de ahí el indispensable registro biométrico- mediante el cual, valiéndose de descuentos e incentivos, Nicolás pretende recuperar la efímera popularidad que alcanzó con el “dakazo” y la electro domesticación del voto.
Otro recurso que, como las listas Tascón y Maisanta, se orienta a proporcionarle a una corrupta cúpula cívico militar herramientas para la continua y deshonesta manipulación de los venezolanos.
Estamos ante una vulgar, tardía y, lo más grave, ineficaz respuesta a la escasez, al hambre y la especulación propiciada por la ineficiencia de mandatarios y burócratas codiciosos, que manejan los dineros de la nación como si se tratase del economato de un cuartel.
Durante la primera presidencia de Carlos Andrés Pérez, período conocido como la Gran Venezuela, se habló, en virtud de los ingresos extraordinarios provenientes del petróleo (ingentes, sí, pero una nadería si se los compara con el casi millón de millones de dólares que se han malversado, dilapidado y repartido entre los amigotes y testaferros durante los últimos tres lustros) de “administrar la abundancia con criterios de escasez”.
Maduro, por el contrario, se propone, con la ayuda de esta última ocurrencia de los jefes cubanos, repartir la escasez con criterio de abundancia. Pero el desabastecimiento se multiplica y el “no hay” se hace sentir como nunca, y por eso ni las tropas de asalto, ni las bandas armadas y mucho menos las rifas y premios asociados a ese plastificado Nicobozal de arepas, podrán contener por mucho tiempo la ira popular.
Cort. El Nacional
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