POR GERARDO REYES Y JACQUELINE CHARLES/BOCA CHICA, REPÚBLICA DOMINICANA
Después de días de soportar el hambre, Marie cedió a las morbosas ofertas que le habían hecho varios hombres en el parque donde pedía limosna en este balneario en el sur de República Dominicana.
La niña de 12 años relató que tuvo relaciones sexuales con "muchos'' de estos hombres por un dólar mientras un primo de 10 años y otro de 13 pedían monedas a turistas europeos y estadounidenses.
"Tenía hambre, perdí todo, no sabíamos qué hacer'', confesó Marie al explicar la decisión de vender su cuerpo.
Los tres niños relataron a El Nuevo Herald que salieron de Puerto Príncipe con la ayuda de un traficante de indocumentados, luego de haber encontrado muertos a sus padres bajo los escombros de sus casas destruidas por el terremoto que devastó esa capital en enero.
Hoy venden huevos hervidos a 10 centavos cada uno, caminando todo el día bajo el sol por la Avenida Duarte, una bulliciosa pasarela de prostitución de esta ciudad por la que se contonean niñas haitianas recién llegadas ofreciendo sus cuerpos a turistas con canas.
La historia de Marie y sus primos es un drama cotidiano, ignorado y sin castigo: desde el terremoto más de 7,300 niños han sido sacados de contrabando de su país a República Dominicana por traficantes que se aprovechan del hambre y se lucran de la desesperación de los menores haitianos y sus familias.
En el 2009, el número fue de 950, de acuerdo con un grupo de derechos humanos que hace un seguimiento al tráfico en 10 puntos de la frontera.
Varios de los traficantes le contaron a los reporteros que su negocio no sería posible sin la complicidad de funcionarios corruptos de ambos países, versiones que verificaron un informe del Fondo para la Infancia de la Organización de Naciones Unidas (UNICEF) y defensores de la niñez a ambos lados de la frontera.
"Toda la oficialidad sabe quiénes son los traficantes, pero no los someten'', explicó el sacerdote jesuita Regino Martínez, director de la fundación Solidaridad Fronteriza, en Dajabón. "Lo único que hacen es apresar a los ‘traficados'. Es un problema que no se va a acabar porque se les acabarían las fuentes de ingreso a las autoridades''.
Después del catastrófico terremoto que dejó un saldo de 300,000 muertos, líderes de ambas naciones se comprometieron a proteger de este tráfico a los niños, un problema histórico.
Pero los reporteros encontraron que el mal continúa, y fueron testigos de cómo los contrabandistas cruzaban un río fronterizo con niños para luego entregarlos a otros que los llevaban en motocicletas a barrios de miseria en República Dominicana. Guardias del Cuerpo Especializado de Seguridad Fronteriza Terrestre (CESFRONT) presenciaron el proceso y no reaccionaron, según constataron los reporteros.
En febrero, cuando se descubrió que un grupo de personas intentó sacar ilegalmente de Haití a 33 niños, estalló un escándalo internacional. Un mes después, sin mayores titulares, 1,411 niños haitianos fueron sacados en forma ilegal de Haití según cálculos de una organización no gubernamental.
El primer ministro de Haití, Jean-Max Bellerive, reconoció que ha habido falta de voluntad política para fortalecer la porosa frontera de 230 millas entre ambos países, a la que se refirió "como un territorio de nadie''.
"No hay una persona que crea que ellos [las autoridades dominicanas y haitianas] tienen un interés en controlar la frontera'', declaró Bellerive a The Miami Herald. ‘‘Hay gente del lado haitiano que está lucrando porque son ellos quienes organizan el tráfico, lo mismo del lado dominicano''.
El presidente dominicano, Leonel Fernández, no accedió a una solicitud de entrevista pero su oficina envió un correo electrónico asegurando que el gobierno "lamenta profundamente que ocurran casos de menores de nacionalidad haitiana víctimas de trata y tráfico pese a que han intensificado los mecanismos de vigilancia, persecución y sanción de este delito''.
No obstante, los registros judiciales dominicanos muestran que sólo se han dictado dos sentencias por tráfico de personas desde el 2006. Mensualmente, 800 niños son traídos a República Dominicana a través de la frontera norte por redes de traficantes, según la organización no gubernamental Red Fronteriza de Solidaridad Jeannot Succès (RFJS), con sede en Juanaméndez, población en la frontera de Haití.
La cifra de 800 niños mensuales no es cuestionada por el jefe de la Dirección General de Migración de República Dominicana, vicealmirante Sigfrido Pared.
"Puede ser pero, ya sean 5, 10 o 20, es preocupante porque sabemos que la mayoría de los niños son [traídos] para explotarlos en las calles por adultos dominicanos y haitianos'', declaró Pared a El Nuevo Herald.
Los contrabandistas explicaron a los reporteros que ellos viajan sin mayores obstáculos con caravanas de niños a lo largo de cientos de millas en ambos países bajo la protección de guardias fronterizos, soldados y autoridades de inmigración.
Cobran un promedio de $80 por indocumentado, incluyendo los pagos a los funcionarios.
Desde febrero, los reporteros de El Nuevo Herald y The Miami Herald recorrieron cada estación clandestina de la ruta escabrosa por la que son llevados los niños ilegalmente.
En esta travesía con final incierto, los niños pasan de brazo en brazo por ríos y parajes desolados, son apretujados en motocicletas y autobuses y, en algunos casos, forzados a caminar hasta tres días sin alimentos. Otros son secuestrados para presionar a los padres por el pago completo del precio del viaje y hay quienes han sido abandonados por los traficantes a mitad del camino.
Nelta, una haitiana de 13 años, relató a The Miami Herald que caminó durante tres días para llegar a Santiago de los Caballeros, segunda ciudad en importancia del país. Una traficante la dejó allí en un refugio.
"Un hombre me violó en el refugio'', relató Nelta.
La niña explicó que salió de Juanaméndez después del terremoto sin el conocimiento de su madre.
"No puedo regresar a la casa con mis manos vacías'', dijo en un tono suave, cuidándose de lo que hablaba frente a la traficante.
Nelta sobrevivió pidiendo limosna en una esquina de la ciudad. En agosto regresó a su casa en Haití.
Su compañera de travesía, Weslin, de 12 años, dijo que no fue violada porque no fue agresiva con el hombre que abusó de Nelta.
"Me dijo que yo no había sido grosera'', explicó Weslin.
Los buscones, como se conocen a los traficantes, no sólo traen niños a pedido de sus familiares. También los ofrecen en venta, y a la carta, a los extraños.
"Usted escoge la edad, el sexo y las habilidades'', le dijo un contrabandista a un reportero de El Nuevo Herald.
A pesar de las historias siniestras, miles de haitianos, 250,000 de todas las edades este año, según Pared, continúan ingresando ilegalmente a República Dominicana atraídos por la posibilidad de conseguir empleos en los sectores de construcción, turismo y servicios.
Al llegar aturdidos a un país donde la pobreza tiene más remedios pero no menos peligros, el destino inmediato de los niños de 10 a 15 años que arrastra esta migración es trabajar para familiares o extraños.
Se les ve pidiendo limosna en los semáforos, algunos tuestan maní para vender en las esquinas bajo las órdenes de adultos que se quedan con el producto de la venta. Cientos de ellos se dedican a lustrar zapatos y lavar parabrisas de los automóviles. Otros escarban basura en los vertederos públicos y muchas menores siguen llegando para prostituirse en las calles de Boca Chica.
Tony, un niño de 11 años, le dijo a El Nuevo Herald que él y su amigo de esquina le entregan a un hombre todo el dinero que consiguen limpiando parabrisas en la congestionada Avenida Lincoln en Santo Domingo. Por temor, Tony no se atrevió a identificar al hombre.
"El nos protege. Nos da comida y vivimos con él en un casa'', relató Tony, quien no quiso revelar su apellido.
El gobierno de Estados Unidos no está conforme con el trabajo del presidente Fernández en este campo.
Un informe de este año del Departamento de Estado concluyó que el gobierno dominicano ‘‘no cumple con los estándares mínimos para la eliminación del tráfico y no está haciendo esfuerzos significativos en ese sentido''. El documento señaló que las autoridades no han condenado a ningún acusado de contrabando humano desde el 2007.
Pared puso en duda las observaciones de Washington.
"Yo siempre he dicho que [los informes del Departamento de Estado] son exagerados, no sólo en cantidades sino en intención'', comentó.
Agregó que resulta "inverosímil'' que el informe del 2010 asegure que la situación actual sea más preocupante que hace cinco años con todos los esfuerzos que se han hecho, como la aprobación de una ley en el 2003 que impuso penas más rigurosas contra el tráfico de niños.
De acuerdo con Pared, las dos sentencias más recientes de condena por tráfico de personas son del 2006 y el 2008.
"Tenemos mucho de responsabilidad, es indiscutible. Pero se están haciendo esfuerzos concretos para que eso no ocurra'', afirmó Pared.
El Nuevo Herald obtuvo un informe de UNICEF, cuyo contenido no fue publicado en República Dominicana, el cual afirma que la red de cruce de la frontera involucra a ‘‘traficantes haitianos, choferes dominicanos y soldados del ejército dominicano''.
Similar situación fue comprobada por los reporteros este verano en la zona fronteriza.
El grueso del contrabando infantil se concentra en la calurosa frontera del norte de la isla La Española, entre los pueblos de Dajabón, a 300 kilómetros de Santo Domingo, y Juanaméndez, separados por el Río Masacre.
Un caótico mercado binacional que se realiza los lunes y viernes en Dajabón es aprovechado por los contrabandistas para negociar y pasar su mercancía humana.
Por un dólar que se paga a intermediarios del CESFRONT en la ribera del río, cualquier extraño puede pasar con un niño en sus brazos sin dar explicaciones ni mostrar documentos de inmigración, como lo requiere la ley.
Los contrabandistas se mueven libremente por las calles de ambos pueblos fronterizos en los que hay casas dedicadas a esconder o mantener secuestrados a los niños indocumentados.
Sin embargo, en los tribunales de la zona no se tramita actualmente una sola acusación por tráfico de menores, según confirmó a El Nuevo Herald la oficina de la fiscalía regional en Dajabón.
"El CESFRONT no está haciendo su trabajo y yo no puedo ir al río a arrestar a la gente'', comentó Carmen Minaya, procuradora fiscal del Tribunal de Niños y Niñas Adolescentes en Dajabón.
En una entrevista con El Nuevo Herald en agosto, el entonces director del CESFRONT, general Francisco Gil Ramírez, pidió que los periodistas le entregaran pruebas de que el personal de su institución ha recibido dinero para dejar pasar niños indocumentados.
Gil declinó ver los videos tomados por los reporteros de jóvenes cobrando un peaje a los haitianos que cruzan el río. Ese dinero se lo entregan más tarde a los militares, según los observadores de organizaciones no gubernamentales.
Ningún miembro uniformado o de civil del CESFRONT, enfatizó Gil, está bajo investigación por recibir dinero de inmigrantes ilegales aunque admitió que alguno de sus subalternos podría haber cometido "travesuras''.
"En todas las fronteras del mundo hay traviesos, en todas las fronteras del mundo se cometen travesuras y diabluras, y nosotros, con mucha responsabilidad, cuando un militar comete una diablura, se le aplican los reglamentos internos institucionales'', aseguró Gil, quien salió de su cargo en agosto junto con otros 33 altos mandos militares y policíacos.
Denunciar a los buscones no parece una opción muy común para los haitianos que los contratan. Algunos dijeron que no lo hacen por miedo y muchos porque consideran que son buenas personas. Mal que bien, dicen, ayudaron a los niños a esquivar el futuro incierto que les esperaba en Haití.
"Al menos el buscón no golpeó a los niños'', comentó Josette Pierre, madre de un niño de 5 años y otro de 7 a quienes un buscón mantuvo en cautiverio porque ella no le había pagado el precio completo por el contrabando de ambos.
El terremoto originó un éxodo masivo que hace difícil a menudo diferenciar entre contrabandistas, padres o familiares que cruzan la frontera con los niños. Y no hay estadísticas precisas.
Alexis Alphonse, coordinador del RFJS, hace casi a diario un censo de los haitianos indocumentados que cruzan la frontera en 10 puntos claves de la zona. En esos lugares los contrabandistas reúnen a sus clientes para entregarlos más tarde a los choferes que los pasarán a República Dominicana.
"Yo no puedo saber si el niño va con su padre o su madre, con un extraño que quiere venderlo o explotarlo. Es imposible, es un negocio sin control'', explicó Alphonse a El Nuevo Herald.
Pared se quejó de que las organizaciones que hacen estos censos no denuncien la situación ante las autoridades sino que acudan a los periodistas.
"Llevo un año y dos meses en este cargo y no he recibido una sola denuncia de ellos'', afirmó Pared. "Es que [las organizaciones no gubernamentales] pierden el sentido de ser si se corrige el asunto''.
En ambos lados de la frontera, las evidencias de que los traficantes operan impunemente son inocultables.
En el puente que une a Dajabón con Juanaméndez, un buscón se acercó a un reportero para ofrecerle niños.
"¿Los quiere que hablen español?", preguntó el intermediario del buscón, quien ofreció localizar dos menores.
En Boca Chica, bajo el sol inclemente de un sábado, muchachas en bikini jugaban como niñas en el agua y la arena en espera de hombres maduros que se acercaban a hacer arreglos para una cita sexual.
Un hombre de unos 70 años, con un pequeño y ajustado traje de baño amarillo, negociaba un encuentro con dos muchachas haitianas.
Esa misma noche, a lo largo de la Avenida Duarte, muchachas con vestidos ajustados se movían coquetas en las aceras al ritmo de la música de los bares, asediando a los turistas con toda clase de propuestas sexuales.
Nataly, quien dijo que tiene 19 años, aunque parece más joven, contó que había salido de Puerto Príncipe en agosto con sus niños de cinco y tres años. La casa donde vivía con su esposo --un comerciante-- fue destruida por el terremoto y él perdió su negocio, explicó.
Sin dinero para pagar, agregó, tuvo que acostarse con el buscón dos veces durante el viaje. Nunca antes, dijo, había ofrecido su cuerpo a cambio de nada.
Ahora le cobra a los turistas entre $40 y $50 por un par de horas de sexo. De esa cantidad debe pagar cerca de un 10 por ciento a unos jóvenes intermediarios que le ayudan a conseguir los clientes.
Vive con sus dos hijos en una casa abandonada, sin puertas ni ventanas, en medio de un acomodado barrio para extranjeros al norte de la ciudad.
"No volveré a Haití'', dijo. "Allá no hay vida''.
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